El cubano que espera por parole humanitario en Cuba
Desde Ciego de Ávila, Guillermo Rodríguez también está pendiente de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Guillermo es influencer, tiene 34 años y lleva las redes sociales de varios negocios en Miami. No es ciudadano americano, no votará por el republicano Donald Trump ni por la demócrata Kamala Harris, nunca ha viajado a Estados Unidos, pero está esperando una respuesta para su segundo parole humanitario. Tuvo otro, que le negaron, y en este segundo deposita todas sus esperanzas de salir de Cuba. Dice que ahora mismo está más pendiente de las elecciones en Estados Unidos que de los apagones y la escasez en Cuba. Guillermo revisa a diario las encuestas sobre la intención de voto que publican los medios estadounidenses, y las noticias sobre «las meteduras de pata de Kamala Harris y los deslices de Donald Trump». A veces se lamenta por un candidato y se alegra por el otro, y viceversa. No tiene favoritos.
Le pregunto si le asusta que Trump salga electo y cumpla su palabra de eliminar el programa de parole humanitario que la administración de Joe Biden puso en marcha en enero de 2023, o si más bien se alegra con la posibilidad de que otro mandato suyo sea el golpe de gracia que necesita el régimen de La Habana para caer y abrir paso a la democracia, y me responde que en la calle hay mucha gente que se inclina más hacia la segunda opción. En la calle no hay mucha gente tampoco que cuente con la esperanza de un parole humanitario. Los más de cien mil cubanos que han logrado emigrar a Estados Unidos por esta vía, al igual que los cientos de miles que continúan a la espera, constituyen una minoría con respecto a los casi nueve millones de habitantes de la isla. Para quien no cuenta con un patrocinador, queda poco a qué agarrarse.
En la calle, Guillermo ha escuchado a gente decir: «Que salga Trump y apriete de verdad, si total, estamos asfixiados ya. A ver si él los asfixia a ellos allá arriba». Pero no cree que quienes vivan en Cuba puedan tener un criterio sólido al respecto. «Esto va y viene. Cuando estás empingado, quieres que salga el tipo y se forme la hecatombe, y al rato se te pasa, y como eres un ser humano y sabes que siempre puede ser peor lo que se está viviendo, piensas: “¿Y si sale y aprieta y le toca al pueblo el ramalazo y esto no se cae?”. Es una paradoja zoquetona».
Pero pase lo que pase el próximo 5 de noviembre, su meta es irse a Estados Unidos. Dice que siempre se podrá entrar por algún resquicio, que frenar la migración es imposible, y que preferiría esperar en México por una oportunidad para entrar a Estados Unidos antes que en Cuba.
El empresario republicano de la primera oleada de exiliados cubanos
Carlos Arriaga no se decidió hasta el pasado 31 de octubre. Ninguno de los dos candidatos a la Presidencia de Estados Unidos le gustaba. Si hubiera podido, hubiera votado por un tercer partido. Un partido independiente: «algo más normal que ellos dos». Carlos no se conforma con que, en un país tan grande, con casi 350 millones de habitantes, queden apenas dos opciones al final de la carrera electoral por la Presidencia. Nunca se había sentido tan indeciso como frente a estas elecciones. Siempre ha dado su voto al Partido Republicano, desde que votó por primera vez en los años ochenta por Ronald Reagan, pero esta vez no lo hizo completamente convencido. No supera el asalto al Capitolio promovido por Donald Trump el 6 de enero de 2021, ni que no haya mostrado arrepentimiento sobre su responsabilidad en el mismo. «Eso me tiene atormentado todavía, porque lo niega».
Tampoco le gusta su carácter ni su proyección pública. «Trump es muy unorthodox en su forma de expresarse. No es el típico galán, presidente, político que uno espera. No confío mucho en él». A Carlos le molesta su constante apelación al miedo. Cree que eso no es «muy americano». Le preocupa que el país se encuentra muy dividido. «Todo el mundo odia a todo el mundo: la derecha odia a la izquierda y la izquierda odia a la derecha. Es ridículo». Le preocupa algo peor. No que Trump intente perpetuarse en el poder y lacere la institucionalidad democrática, piensa que eso no es posible aquí, sino una tercera guerra mundial desencadenada por un conflicto civil en Estados Unidos. Para Carlos, ninguno de los dos candidatos logrará unir al país en los próximos cuatro años. Pero Harris menos que Trump.
Lo que sí le gusta de Trump son sus políticas. Carlos se define como «fiscally conservative», y liberal, en el sentido republicano. Cree en el cambio climático, que la temperatura en el planeta asciende, al igual que los niveles del mar, y en los derechos de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos. «El cuerpo de la mujer es el cuerpo de la mujer. No se puede tocar. Yo no puedo decir a la mujer lo que tiene que hacer». Aclara que es católico, pero entiende que la maternidad es un asunto privado en el que el Estado no debería interferir. Pero, a la hora de votar, sus prioridades son los negocios y la seguridad nacional. Quiere un gobierno limitado, desregulación, políticas sociales conservadoras, recorte de impuestos a empresarios y privatización de la salud.
Carlos nació en Cuba, en 1960, y llegó a Estados Unidos con apenas unos meses. Su familia fue parte de la primera oleada de exiliados que fueron despojados de su bienes y propiedades en la isla. Esa historia es lo que explica su identidad política: «Cualquier inmigrante de primera generación que viene de un país como el nuestro, Cuba, va a ser republicano. Queremos menos gobierno porque venimos de una dictadura». Por eso no puede estar de acuerdo con Harris: «Ella quiere más gobierno, más gastos, más entitlements [derechos legales]. La gente no trabaja y recibe del gobierno». Para Carlos, la economía debería ser impulsada por los negocios privados y no por el Estado, porque los negocios privados generan mayores oportunidades de empleo para la clase media. Sin embargo, al mismo tiempo, tiene claro que en Estados Unidos no conviene ser un empleado. «Hay más beneficios en invertir y ser dueño de tu negocio que trabajar para alguien de nueve a cinco. De nueve a cinco, cuando recibes un W-2 [formulario de los trabajadores para declarar salarios e impuestos], tú eres destruido por el gobierno; pero cuando corres el riesgo de invertir, el IRS [Servicio de Impuestos Internos] te favorece».
Ahora mismo, en Estados Unidos, hay unos 162 millones de empleados, de los casi 169 millones de ciudadanos disponibles para trabajar. La mayoría de ellos nunca será dueño de su propio negocio, porque la mayoría de la gente pasa su vida trabajando para alguien más y, si crea un negocio, es una empresa pequeña, con no más de 500 empleados. De acuerdo con la revista Forbes, los 33 millones de empresas pequeñas que hay en Estados Unidos representan el 99.9 por ciento de todas las empresas del país y, de ellas, 80 por ciento opera sin personal, aunque el resto logra emplear a más de 60 millones de personas.
Hablo con Carlos sobre esto, sobre la realidad de que la mayoría de la gente siempre será W-2, y sobre los trabajadores de los warehouses (almacenes) de Amazon, por ejemplo, que ganan entre 17 y 21 dólares la hora, mientras la empresa incrementa cada año sus ganancias (574 mil millones de dólares en 2023), genera en par de días lo que gasta en salarios en un año y la fortuna actual de su fundador y presidente ejecutivo, Jeff Bezos, equivale aproximadamente al pago de un siglo de salarios en Amazon. Carlos señala que sí, que el salario mínimo debería subir, y luego me pregunta qué pienso yo de las elecciones. «Yo soy primero americano y segundo soy republicano», me dice por tercera o cuarta vez desde que comenzamos a hablar, y me escucha atento y sin interrumpir. «Eso es lo que me encanta de este país, que podemos no estar de acuerdo».
La artista millenial demócrata
Laura* comparte el mismo temor de Carlos: «Mi preocupación más grande es que empiece una guerra civil, algo similar a lo que pasó el 6 de enero, pero masivo. Me sigue sorprendiendo cuánto poder tiene Trump, cuántos fans tiene Trump, que no son republicanos sino otra cosa. Honestamente, le tengo mucho miedo a Trump, porque las cosas se pueden ir de control. Trump no tiene límites. Él se pasa de la raya bien fácil y una no sabe qué esperar de Trump». Laura votó por Kamala Harris. Piensa que es una candidata muy poderosa, que no ha tenido pelos en la lengua para enfrentar a la oposición. «Ha sido más outspoken con sus ideas y con los republicanos que Joe Biden. Joe Biden ha sido un líder pasivo. Ella sí pienso que es una buena líder».
No le costó decidirse, a diferencia de Carlos. Su voto siempre ha sido para el Partido Demócrata, desde que votó por primera vez a los 18 años por Barack Obama; aunque sí siente que estas elecciones son especialmente distintas. No se parecen en nada a sus primeras elecciones, que recuerda emocionada, y en las cuales dice que había mucha esperanza y cero toxicidades. «En estas yo siento que una corre peligro. No se siente algo safe. Se siente que es como due or die, como de vida o muerte, que nuestra democracia está en peligro». Le da miedo que pierda Harris y también que gane. «Hay mucha agresividad de ambos partidos. No tanto en el side del demócrata, pero va a haber protestas. Gane Trump o Kamala, la gente se va a poner angry».
Laura nació en Cuba y vino para Miami a los cuatro años. Aquí creció y aquí ha vivido la mayor parte de su vida. Ha ido a estudiar dos veces a Nueva York, pero siempre ha vuelto a Miami. También viaja bastante a menudo por su trabajo: Laura es cantante de ópera y profesora. Dice que ella es «súper demócrata» y, seguido, como si intentara argumentar su filiación política, explica que ella es artista, compasiva, le gustan las causas humanitarias, cree en los derechos de la mujer y tiene una mente muy abierta. Trump sería lo contrario de lo que ella es. Le parece un político con «la mente sumamente cerrada» y con un ego muy grande inclinado hacia el mal. «Un candidato horrible, un dictador»: así lo describe.
No cree que un mandato de Kamala Harris cambiaría su vida para bien, pero está segura de que uno de Donald Trump la cambiaría para mal. «Ese hombre tiene ideas como de The Handmaid’s Tale, cosas de película de terror. Él dice que el plan 2025 no tiene nada que ver con él, pero él miente, se pasa la vida mintiendo. Ese plan no salió de la nada; lo hizo gente que fue parte de su administración». También su manera de hablar, la jerga que utiliza, le recuerda el fundamentalismo religioso. «Y yo creo en Dios, pero este país siempre se ha fundado en la separación de la religión y el Estado». Sin embargo, lo que más ha incidido en su decisión a favor de Harris ha sido su identidad latina, hispana, migrante: «mi heritage, la cultura mía».
Laura cuenta que, desde niña, una de sus materias preferidas era la Historia, que siempre se conmovió mucho con la historia negra de Estados Unidos y la lucha por los derechos civiles, y que cuando empezó a escuchar la retórica de Trump en contra de los inmigrantes sintió que eso era «la cosa más antiamericana que yo he escuchado, porque no va con lo que yo sé que es América». En ese punto, ella y Carlos coinciden. «Hasta los Founding Fathers que hicieron la Constitución provienen de inmigrantes; aquí las únicas personas que son de verdad americanas son los nativos, los que viven ahí en Miccosukee. Al resto le haces una prueba de ADN y le va a salir elementos europeos, a nadie le va a salir Native American».
Le pregunto qué opina de la gente que acusa a Kamala Harris de comunista y asegura que, de salir electa, Estados Unidos seguirá los caminos de Cuba, y contesta que nada de eso le resulta novedoso. «Desde que yo soy chiquita siempre he escuchado que los demócratas son socialistas o comunistas, y nunca he visto que un candidato demócrata llegue a ser comunista durante su administración. Este país tiene programas sociales, como Medicaid, Medicare, Sección 8, los food stamps, pero las ayudas del gobierno no son ideas comunistas». En cambio, sí siente que Donald Trump «se ha comportado como un fascista y un dictador» por haberse negado a reconocer los resultados de las elecciones presidenciales anteriores. «Para mí eso es lo mismo que pasó en Venezuela, lo mismo que pasó en Cuba, y me sorprende demasiado que la comunidad cubana no vea eso».
La madre inmigrante cubana con I220A
Mariam* no quiso dar su nombre real. No sabe decir a qué exactamente tiene miedo, pero tiene miedo a opinar sobre las elecciones presidenciales desde su situación. Mariam es I220A: un estatus migratorio que ya se ha vuelto casi una identidad, que comparten más de 300 mil cubanos de los más de 750 mil que han entrado por la frontera sur de Estados Unidos desde el año 2021 hasta la actualidad. Mariam entró a comienzos de 2021, poco después de que Joe Biden llegara a la Casa Blanca, en compañía de su esposo y su hija. «Yo no tenía idea de lo que significaba I220A. Para mí, el ser cubana ya me iba a dar acceso a la Ley de Ajuste Cubano, incluso cuando sabía que la política de “pies secos, pies mojados” ya no existía. Mi plan era llegar a Estados Unidos y hacerme residente como todo el mundo». Aquí, en Miami, tanto ella como su esposo han estudiado, trabajado y pagado impuestos: «Hemos hecho todo lo que se pide para ser un buen residente en este país y nada ha funcionado». Aquí también nació su segunda hija hace unos meses. Pero nada de lo que ha pasado en los últimos cuatro años ha modificado su estatus.
«El I220A es un limbo, no es un estatus migratorio, es un limbo migratorio, que no nos permite acogernos a la Ley de Ajuste cubano porque no es considerado una entrada legal a Estados Unidos. Te da una sola opción, la opción de un asilo político, y un asilo político en este país es bien complejo porque muchos jueces creen que en Cuba no hay una dictadura». Mariam siente que los i220A han sido juzgados tanto por el descontrol migratorio en la frontera como por los viajes a Cuba de los cubanos residentes en Estados Unidos, que contradicen la narrativa de la dictadura que persigue a sus ciudadanos. «Esa carga ha caído sobre los I220A, que no regresamos porque no tenemos un estatus migratorio, mientras que la gente con parole que hizo lo mismo que nosotros sí ha podido regresar».
Todas las esperanzas de su familia estaban depositadas en el año de las elecciones. Cuando ella llegó con su familia, la gente que llevaba tiempo viviendo aquí le aseguraba que en este año surgiría alguna oportunidad, porque los políticos solían promover reformas migratorias para ganar las simpatías de los electores. «Y este año se hicieron, pero ninguna tocó a los I220A». Mariam cuenta que los abogados que contrató le decían lo mismo. Pero ahora cree que el único camino que le queda es ganar su caso de asilo en la corte el año que viene. No cree que los más de 300 mil cubanos con I220A sean del interés de Trump o Harris. «Somos más bien un negocio para los abogados que nos están sacando dinero. Cuando pasen las elecciones, no se va a volver a hablar de nosotros».
Mariam dice que, al contrario de la gente de su comunidad, la gente en su mismo limbo, ella no confía en que Trump solucionará sus casos. En varios grupos de WhatsApp de los I220A en los que ella está, el sentimiento generalizado es que sí. Pero cuando Mariam escucha a Trump hablando en contra de los inmigrantes, ella se siente aludida y no cree que venir de Cuba la proteja de las deportaciones masivas que ha anunciado ni la coloque en una posición privilegiada con respecto a otros inmigrantes de otros países. «Trump tiene un discurso más fuerte contra nosotros, porque opina que los que cruzamos la frontera invadimos su país, que es cierto; pero nos juzga a todos, incluso a personas con casos de asilo político sólidos que no tenían otra manera de entrar a Estados Unidos. A veces prefiero pensar que lo está haciendo para su campaña, pero realmente no sabría decirte». Kamala Harris, en cambio, le produce un poquito más de tranquilidad: «No va a hacer nada que me favorezca, pero no va a hacer nada que vaya en contra». Por ahora trata de no pensar en lo que podría pasar. No pensar en volver a Cuba con su familia, a una Cuba peor que la que dejó cuatro años atrás.
* Mariam y Laura solicitaron por separado que se protegieran sus identidades. En el caso de la primera debido a la fragilidad de su estatus migratorio. En cuanto a la segunda, tras la publicación de este artículo, en el cual aceptó participar como fuente con pleno conocimiento de sus fines periodísticos, alegó temor a probables consecuencias discriminatorias en su esfera laboral —altamente competitiva y dependiente de sponsors empresariales—, especialmente en un contexto tan polarizado como los Estados Unidos en la actualidad. Por ello se ha recurrido igualmente a un seudónimo en lugar del nombre real publicado en una primera versión de este texto; del mismo modo, fueron eliminadas otras señas individuales y una fotografía personal que acompañaba sus palabras.
Hay que tener cuidado con la afirmación «es una empresa pequeña, con no más de 500 empleados»! Eso se aplica a empresas manufactureras. En otros tipos de negocios, lo que importa es el facturamiento anual para considerarla grande. Algo como 8 millones por año.
¿Y esa anonimez castrista? En los Estados Unidos de Donald J. Trump, el ciudadano más votado en la historia de este país, tu opinión no es usada para discriminarte, como sí hacen los demócratas en sus puestos de estudio y trabajo. Ya estamos en libertad de nuevo hasta el 2028, como en 2016-2020. Ya podemos dejar de leer El Estornudo y las miles de excelentes entregas sobre el trumpismo que nos aguardan, agazapados, casi salvas.