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La batalla de Nuevo Vista Alegre

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Los vecinos de una barriada de Santiago de Cuba salieron bravíamente a la calle la semana pasada no para demandar democracia o elecciones libres o respeto a los derechos humanos de todos los cubanos, ni siquiera jabón, papel sanitario y pasta de dientes, sino para asesinar a un hombre desarmado, indefenso, completamente solo, que supuestamente había violado a una niña de ocho años. Fue una página gloriosa en la historia de esa heroica ciudad, una hazaña comparable a la carga suicida de los soldados del coronel Carlos González Clavel en la loma de San Juan el 1ro de julio de 1898. Pocas veces brilló más el coraje de los hijos de esa tierra indomable que en la persecución de ese hombre aterrado, una piltrafa de hombre. En la acción se destacaron tanto las mujeres como los hombres, y hasta niños no más altos que la cintura de sus padres salieron a desafiar al vil enemigo.

Desgraciadamente, la policía intervino para arrebatar al populacho su victoria. Como si fueran policías de Dinamarca y no de Cuba, y estuvieran al servicio de la ley y no, que es tan distinto, del Ministerio del Interior de Raúl Castro, unos modestos oficiales de policía intervinieron para proteger la vida del hombre acusado por la multitud de aquel espeluznante crimen. La aparición de esos oficiales impidió que Cuba, definitivamente, descendiera a la Edad Media, una regresión histórica sin precedentes que la multitud parecía absolutamente determinada a conseguir, para mayor gloria de la Patria. A decir verdad, los residentes del reparto Nuevo Vista Alegre no tenían que esforzarse tanto para que su país retrocediera un milenio, Cuba ya ha logrado ubicarse en una época anterior al Renacimiento, en la que grandes conquistas de la modernidad, como los antibióticos, el detergente líquido y la separación de los poderes del Estado eran ideas que nadie podía aún concebir.

La multitud, peleando en condiciones de abrumadora desventaja táctica contra dos policías tan asustados como el hombre al que trataban de proteger, avanzó armada solo con piedras, palos y ladrillos arrancados de las casas nunca terminadas del barrio. Los más arrojados se acercaron hasta colocarse frente a las fauces ensangrentadas de la bestia, arriesgándose a ser devorados de un solo bocado. Leónidas en las Termópilas, Alejandro en Gaugamela y Antonio Maceo en Peralejo, no mostraron frente al enemigo valor más flamígero que el de esos humildes santiagueros, guiados no por avezados comandantes militares sino solo por su agudo sentido de la justicia y su hondo espíritu cívico. La policía logró esconder al perseguido en una casa, pero la multitud sitió aquella fortaleza, como Escipión Emiliano a Cartago, o Saladino a Jerusalén, o los ejércitos inglés y francés a Sebastopol, con la convicción inexpugnable de que sus muros caerían, como los de aquellas nobles, desgraciadas ciudades. Cuando la gentuza acariciaba la victoria, y se aprestaba a echar abajo la puerta de la casa, que ni reja tenía, y cualquiera la hubiera tumbado de una patada, llegaron las Boinas Negras, arrogantes, impetuosas, dando golpes a derecha e izquierda, listas a enfrentarse ya no a los temerarios batallones de estudiantes de secundaria y amas de casa de Nuevo Vista Alegre, sino a Napoleón, Hitler y Donald Trump juntos.

La reputación de las Boinas Negras, las tropas antimotines del Ministerio del Interior de Cuba, está ampliamente justificada. No se han enfrentado nunca al ejército norteamericano, que ha tenido buen cuidado de esquivar el combate con los legendarios guerreros cubanos, pero se han cubierto de laureles en sangrientas batallas contra las hordas de la Unión Patriótica de Cuba y la feroz caballería de las Damas de Blanco, que son quienes han derramado toda la sangre en esas batallas, nunca una gota de sangre de una Boina Negra ha caído en el suelo de la isla. Corren exagerados rumores sobre el brutal entrenamiento al que son sometidos los candidatos a integrar esta famosa tropa. Algunos dicen que son obligados a caminar descalzos sobre tizones encendidos, otros que los entierran vivos para probar que pueden cavar con las uñas su camino hacia la superficie. Hay quienes aseguran que las Boinas Negras son obligadas a memorizar discursos enteros de Fidel Castro, pero esto es seguramente mentira, nadie sería capaz de ello. Las Boinas Negras descienden, por una rama, de los centauros de Tesalia, aquellos que pelearon contra los lapitas, y por la otra, de una larga sucesión de guapos y abusadores cubanos. Su llegada al escenario de la batalla de Nuevo Vista Alegre debió poner fin al enfrentamiento entre los vecinos y la policía, y hacer huir a los revoltosos. Pero aquí nuestra historia se tuerce asombrosamente.

Lo que ocurrió aquella tarde será recordado por muchos siglos, se escribirán poemas y canciones sobre esa gesta, Brad Pitt protagonizará la película, quién mejor que quien ya hizo de Aquiles, el de los pies ligeros, peleando con Héctor frente a las murallas de Troya, para hacer el papel de un pobretón de Santiago de Cuba enfrentándose a un batallón de genízaros. Olvidándose del supuesto violador, que fue rescatado en medio de la confusión, y llevado a un sitio donde la policía pudiera darle una paliza con la privacidad que una buena paliza requiere, la multitud dirigió su atención a las Boinas Negras, y, como si no hubieran oído jamás una palabra de sus anteriores hazañas, de sus legendarias victorias en Arroyo Naranjo, Remedios y Guantánamo, arremetieron contra ellas como los hombres de William Wallace contra el ejército de Eduardo I en el puente de Stirling. Niños de doce o trece años, tan jóvenes que no saben leer todavía, lanzaron piedras contra hombres que podrían fácilmente haberlos partido en dos. Un hombre vestido con una camiseta amarilla, quizás no el atuendo militar más gallardo para semejante ocasión, fue visto gritando «¡Fuego, fuego, cojones!», antes de comenzar a tirar ladrillos contra las Boinas Negras, que fueron forzadas a emplear su táctica más eficaz, lanzar diez de sus efectivos contra un solo enemigo. «¡No le den, no le den!», algunas personas suplicaron. Afortunadamente, nadie acudió a ayudar a aquel audaz combatiente, los testigos, conscientes de su responsabilidad ante la Historia, se concentraron en filmar la escaramuza con sus teléfonos móviles.

Habiéndose olvidado de la causa original de su ira, la multitud arrojó una tromba de odio contra las Boinas Negras, que nunca antes se habían visto obligadas a tomar una posición defensiva, a cubrirse: a lo que están acostumbrados es a dar palos. Superadas en número, y rodeadas en un desfiladero de calles sin asfaltar, con el enemigo parapetado en los techos de las casas, pertrechado con un arsenal inagotable de piedras, escombros y basura, las Boinas Negras decidieron, por primera vez en sus anales, retirarse. No se ha visto una retirada más penosa y miserable desde que el último helicóptero despegó del techo de la Embajada norteamericana en Saigón. Napoleón, retirándose de Rusia, lo hizo con más parsimonia. Boabdil, abandonando Granada a los Reyes Católicos, mostró más hombría. Por primera vez en muchos años, por un rato, hubo un palmo de Cuba en el que no mandaba un Castro. Aunque tampoco la Ley, o la Razón, o la Declaración Universal de los Derechos Humanos, o cualquier otro invento de la civilización occidental. Solo el caos, la hidra de Lerna de la furia de eso que algunos insisten en llamar «el pueblo cubano».

La batalla de Nuevo Vista Alegre había terminado. Ladinamente, las Boinas Negras han regresado al reparto y apresado a los más notorios de los rebeldes. La cólera de la gente se agotó tan rápidamente como se prendió, y no parece que los arrestos de los últimos días hayan provocado nuevas confrontaciones. Ahora es seguro que nunca más habrá jabón ni pollo ni agua en aquel palenque, aunque tampoco está garantizado que vayan a repartir jabón o pollo algún día en los barrios más dóciles de Santiago de Cuba o de cualquier otra ciudad de la isla. Se dice que Raúl Torres ya ha sido encargado de componer una oda a las Boinas Negras celebrando su victoria, una nueva Ilíada, un moderno Cantar de Roldán, un «Fusil contra fusil» contemporáneo, aunque más bien «Tonfa contra ladrillo». Pero además de la cancionística cubana, que Torres está empeñado en aniquilar, y que podría no recuperarse jamás de una nueva de sus creaciones, algo podría haberse roto la semana pasada en Santiago de Cuba. No, no el miedo. Ese dura, solo se apagó por un segundo. Lo que se rompió fue la ilusión de que Cuba podría salir de este lío en que se ha metido sin violencia, como si fuera el país que no es.

Juan Orlando Pérez

Es, tercamente, el que ha sido, y no, por negligencia o pereza, otros hombres, ninguno de los cuales hubiera sido tampoco particularmente estimado por el público. Nació, inapropiadamente, en el Sagrado Corazón de La Habana. A pesar de la insistencia de su padre, nunca aprendió a jugar pelota. Su madre decidió por él lo que iba a ser cuando le compró, con casi todo el salario, El Corsario Negro. Él comprendió, resignadamente, lo que no iba a llegar a ser, cuando leyó El Siglo de las Luces. Estudió y enseñó periodismo en la Universidad de La Habana. Creyó él mismo ser periodista en Cuba durante varios años hasta que le hicieron ver su error. Fue a parar a Londres, en vez de al fondo del mar. Tiene un título de doctor por la Universidad de Westminster, que no encuentra en ninguna parte, si alguien lo encuentra que le avise. Tiene, y eso sí lo puede probar, un pasaporte británico, aunque no el acento ni las buenas maneras. La Universidad de Roehampton ha pagado puntualmente su salario por casi una década. Sus alumnos ahora se llaman Sarah, Jack, Ingrid y Mohammed, no Jorge Luis, Yohandy y Liset, como antes, pero salvo ese detalle, son iguales, la inocencia, la galante generosidad y la mala ortografía de los jóvenes son universales. Ahora solo escribe a regañadientes, a empujones, como en esta columna. La caída del título es la suya, no le ha llegado noticia de que haya caído o vaya pronto a caer nada más.

Ver comentarios

  • !Qué bien escribe "este condenao"! Y para colmo, ameno. !Qué pena que no lo haga por lo menos con la frecuencia con que lo hace en este sitio la intragable que escribe de y desde Miami!

  • Escrito con la agudeza de un hombre culto a distancia,mirando con horror y narrado con la certeza del espanto,los protagonistas si pudieran leerle,no entenderían si los defiende o los critica,pero sin dudas muy bien bordado semántica y sintácticamente.Realidad que abruma y desconcierta a todos desde dentro y desde fuera.

  • Dichoso de poder leer a Juan Orlando. Alguien tiene que gaurdar sus artículos para publicarlos todos en un día en algún lugar en el que todos los cubanos puedan leerlo. Sobre todo los de adentro. Bestial todo...

  • ¡excelente J.O. Pérez en La batalla de Nuevo Vista Alegre! ¡Qué simpático y agudo! Sin embargo, el sarcasmo no oculta la amargura.
    Creo que su lapidaria conclusión final es apresurada, aunque comprensible por el diario contacto en la calle. A mi juicio, porque lo presencié cuando llegó Juan Pablo II , y que confieso me sorprendió agradablemente, todavía este es un pueblo con posibilidades de civilización exitosa . En esa ocasión vi un mar de pueblo decente, para nada el lumpen proletariado que se observa en el video, lo que si es un producto neto del maltrato oficial constante de este sistema, sin que haya posibilidades de echarle la culpa al embargo. Aunque ha pasado el tiempo desde entonces, aun creo que una tercera parte de la población sigue
    siendo decente y dispuesta a evolucionar en una sociedad mejor.

    • Magnífico artículo, solo un poco cargado de sarcasmo que a mí juicio desenfoca un poco la concentración en la lectura, a no ser que está revista este dirigida solo para lectores intelectuales no debiera insistir en estas citas históricas que no son más importantes ni tan necesarias para la comprensión de la lectura pero que a su vez puede desconcertar un poco al lector común. El pueblo cubano debe aprender a pensar desde niveles más abajo de lo que a muchos les gustaría estimar. De esta forma no ayuda tanto como podría si ustedes -los periodistas y escritores necesarios para sacarnos de la oscuridad del adoctrinamiento oficial- escribieran con pluma menos pesadas pero tinta más nítida.