Genio y figura: Edesio Alejandro, ecléctico e irreverente

    El músico y compositor habanero Edesio Alejandro Rodríguez Salva nació en 1958. Precursor de la música electroacústica en Cuba, Edesio Alejandro es un reconocido —y multipremiado— compositor de bandas sonoras para el teatro, el cine y la televisión. De estilo único, en los blanqueados años ochenta cubanos las presentaciones en vivo de este artista estuvieron siempre acompañadas de impactantes efectos especiales y de un lenguaje sartorial y tecnológico nunca antes explorado en la isla. 

    Edesio Alejandro llega a la música con 11 años, en 1969, como miembro de la banda de rock Unión Simple, que dirigía Ariel Mo. Con este grupo tocó hasta 1974, cuando el colectivo se desintegró al perder al cantante Armando Freire, reclutado por Los Almas Vertiginosas. «Fue irreparable su pérdida», ha dicho Edesio Alejandro en su página de Facebook. Para entonces, Edesio Alejandro estudiaba música. Pasó primero por las aulas del Conservatorio Alejandro García Caturla, y luego por las del Conservatorio Amadeo Roldán, donde se graduó de solfeo, teoría, armonía, contrapunto, morfología, orquestación y piano.

    Siendo aún estudiante de este último centro, en 1974, Edesio Alejandro se une a la banda de rock progresivo El Perro Muerto Se Murió. De esa época ha dicho: «Ya en ese momento componíamos nuestros temas. La banda tenía una característica que la hacía diferente a las demás de ese momento, nuestro cantante, Vladimir, estaba estudiando para ser cura, y cuando empezamos los ensayos llegó un día y dijo que se había quitado [sic] los hábitos para poder integrarse a la banda. Vladimir cantaba en latín, [y] muchos de los textos eran basados en obras de la literatura clásica, entre las que estaba La divina comedia. Cuando la banda se rompió en 1976, Vladimir volvió a la Iglesia». 

    Edesio Alejandro, 1985, vestuario diseñado por Rafaeló de León / Foto: Cortesía del entrevistado

    Edesio Alejandro es enviado a hacer el servicio social en la Escuela de Arte de Pinar del Río, donde imparte clases de guitarra. Tres años después regresa a La Habana, donde le asignan una cátedra de música en el conservatorio de Guanabacoa, a lo que se niega alegando que su interés no era la docencia, sino el ejercicio de este arte. Tras ser acusado de desertar del sistema educacional, se une al grupo de teatro Rita Montaner, para cuyas puestas en escena compone música. Más adelante lo hará también para la televisión y el cine. 

    En su larga carrera artística, Edesio Alejandro ha musicalizado cerca de 80 obras cinematográficas, entre las que se encuentran las películas Clandestinos (1987), Hello Hemingway (1990), Caravana (1992), Madagascar (1995), Suite Habana (2003), The Whole Ten Yards (2004) y Martí, el ojo del canario (2010), además de 40 obras teatro y 13 de televisión. Más recientemente ha dirigido el documental Los 100 sones de Cuba (2010), y codirigido, junto a Mo Fini, el largometraje Mambo Man (2020), que ya acumula varios premios en diversos festivales. 

    En 1988, Edesio Alejandro funda la agrupación Banda de Maquina —así, sin acento—, grupo que en 1990 es renombrado Edesio Alejandro y su Banda de Maquina. Unos años después, cuando finalmente le retiraran la «sanción» que pesaba sobre él por haberse negado a enseñar música en una escuela municipal de nivel medio, y gana el reconocimiento de las instituciones culturales como intérprete, su grupo se convierte en Edesio & Makina, hasta que en 1996, tras el lanzamiento del disco Black Angel en Europa, queda simplemente como Edesio.

    Durante ese recorrido, sus músicos lo acompañaron en la fusión de ritmos cubanos como la rumba, la conga y el son con sonoridades extranjeras como el rap, el funk, el soul y el hip-hop, mezcla que la juventud de entonces aplaudió.

    Edesio Alejandro, 1985. Ópera rock Violente / Foto: Cortesía del entrevistado

    En 1987, Edesio Alejandro compone, junto a Mario Daly, la que se considera la primera ópera rock en América Latina, Violente, con libreto de Cheli Lima y Alberto Serret. Estrenada en el Teatro Nacional en 1985, Violente tiene una segunda puesta en 1986, ambas interpretadas por Edesio Alejandro y Cristina Rebull. Al año siguiente, el compositor produce, compone y arregla para Scatman John el disco Take Your Time, bajo el sello BMG, y en 1999 compone e interpreta, junto a Gladys Knigth, la canción «Vacilón Feeling Good». Poco después, en 2001, realiza la producción musical de un disco que reúne a estrellas pop como ‘N Sync, Faith Hill, Steven Tyler —cantante de Aerosmith— y Britney Spears, entre otras estrellas estadounidenses, interpretando los textos preferidos del Papa Juan Pablo II. En 2004 compone y graba «El sopón de Yuya» para la película de Bruce Willis The Whole Ten Yards.

    Son quizás los años más prolíficos del artista, que en el año 2005 y por espacio de diez meses se mantuvo en los 50 primeros lugares de la lista de Smooth Jazz de Estados Unidos, llegando a alcanzar la posición número siete. El año anterior había alcanzado el tercer lugar en la lista de World Jazz Singles. En 1999, estuvo en los primeros 100 puestos de World Music en Europa, y alcanzó el primer lugar de la lista de éxitos bailables de MTV Europa con el tema «Blen blen».

    2010, en Los Latin Grammy con Álvaro Torres y Jorge Rodríguez / Foto: Cortesía del entrevisatdo

    El año pasado, Edesio Alejandro, que en 2010 y 2011 estuvo nominado a los premios Grammy y Grammy Latinos respectivamente, recibió el Premio Batuta que otorga el gremio de la música clásica, en una ceremonia donde también fueron premiados Leo Brower y Plácido Domingo, entre otros maestros. Ampliamente reconocido, el músico también ha recibido doctorados honoríficos y es miembro de las academias de cine de España y de Estados Unidos.

    Le escribí a Edesio Alejandro a través de su cuenta en Facebook. Me dio su número de teléfono, y lo llamé a La Habana. Acordamos que enviaría por correo electrónico las preguntas para «Genio y figura». Tras muchos correos de ida y vuelta salió esta entrevista.

    MAC: Cuando en 1969 decides integrar una banda de rock, con 11 años, ¿cuáles eran tus ambiciones?

    EA: En esa época, aunque muy joven, era un bandolerillo de barrio, degustador de la música rock, que escuchaba por las emisoras de radio de Estados Unidos que tenían alcance hasta nuestro país. Recuerdo que me gustaba mucho una que no sé bien cómo se escribe, que se llamaba «KEW Underground Music» [posiblemente la WRBQ-FM, conocida como «Q105», o la WQBQ, cuyo eslogan es «The Q»], que ponía toda la buena música rock de la época.

    Nosotros, en la escuela, hicimos un grupo con mis amigos Faustino y Jaime, que tocaban guitarra y bajo respectivamente. Yo no tocaba drums, pero era rumbero, de tocar en los autos del barrio [sobre la carrocería], y me dieron la batería. 

    Unos meses después, mi amigo Rey Julio, que tocaba en otra banda, me dijo que el grupo Unión Simple, bien famoso en nuestro barrio, estaba buscando un guitarrista. Ya para esa época había aprendido algunos acordes, así que me presenté y aprobé. 

    Creo que, si existía en ese momento alguna ambición, era destacarnos ante las muchachas de la cuadra y de la escuela, y las muchas que conocíamos en las fiestas en que tocábamos.

    ¿Quiénes formaban tu público y dónde tocabas?

    En ese momento había muchos grupos de rock en el país. Todos eran de la calle, ninguno pertenecía a las empresas de artistas de la época. Nosotros éramos uno más, entre los tantos que había. Tocábamos en fiestas de 15 fundamentalmente, en nuestro barrio, en las fiestas que hacían en la casa de la chica que cumplía los 15 años. 

    Nuestro mayor público era cuando tocábamos en algún solar, que era como una casa de vecindad con muchos cuartos donde vivía mucha gente, cada uno en el suyo. Además de los amigos y familiares de la que cumplía años, participaban también todas las personas que vivían en el solar, pues era inevitable que, viviendo en cuartos uno al lado del otro, salieras a la fiesta, que se hacía generalmente en el patio de la casa. 

    El grupo fue haciendo fama en el barrio, y cuando se corría la voz de que íbamos a tocar venía gente de otras zonas, que ya nos conocía, y se colaba en las fiestas.

    Edesio Alejandro a la derecha, 1996 / Foto: Cortesía del entrevistado

    De esa época has dicho que uno de los músicos del grupo «tuvo una excelente idea, ya que para unos muchachitos de Centro Habana era imposible competir en esa época con grupos [de rock] como Los Almas Vertiginosas, Kent, Taxon, Nomos, Dada, entre otros, que por su calidad y trayectoria tocaban en las fiestas del Vedado o la Víbora; entonces Ariel dijo: “Vamos a tocar en las fiestas de Centro Habana, ahí no tenemos competencia”; tocamos en solares, en cientos de casas de La Habana Vieja, en fiestas de “perchero”». ¿En qué se diferenciaban las fiestas de Centro Habana de las de barrios como El Vedado y La Víbora, entre otras cosas en cuanto a la vestimenta? 

    Mira, la gente de Centro Habana era más humilde que la de los otros barrios, pero al cubano más pobre siempre le gustó vestirse bien, y mucho más el día de los 15 de su hija. Aunque tuviesen una situación económica precaria, guardaban su dinerito y se compraban la mejor ropita que vendieran en la tienda, por la libreta, en ese momento.

    Nací en 1973, y siempre pensé que las fiestas de perchero de los ochenta —ni hablar de los setenta, cuando ni sabía que existían— eran más mito que realidad. Sin comprometerte, y sin hablar, si no quieres, de lo que todos sabemos, ¿puedes contarme de esas fiestas? ¿Quiénes las organizaban? ¿Nunca tuvieron que salir huyendo de la policía? Quizás sea un oxímoron, pero ¿cómo se vestían?

    [Las fiestas de perchero] no eran un mito, eran reales. Con el grupo Unión Simple tocamos en un par de ellas. Las organizaba gente a quienes les gustaba bailar encueros y, fíjate tú, no eran fiestas de orgías colectivas. Al menos en las que tocamos nosotros, la gente estaba encuera, bailando y gozando.

    No eran fiestas de mucha gente. Hace mucho tiempo y no me acuerdo, pero pienso que 20 personas a lo sumo, y la gente sí hacia el amor, pero se metían en los cuartos, no [lo hacían] delante de los otros. 

    No, no tuvimos que salir huyendo de la policía; eran fiestas donde se tomaba ron y se ponía música alta, pero los que hacían las fiestas pedían permiso a las autoridades encargadas de otorgarlo (por supuesto, el permiso era para hacer ruido, no para estar encueros), y nunca tuvimos problemas.

    ¿Que cómo se vestían? No se vestían, estaban encueros todos; nosotros, los músicos, estábamos vestidos: todos encueros, y nosotros con ropa.

    Edesio Alejandro / Foto: Cortesía del entrevistado

    ¿En qué músico o artista te inspiraste inicialmente para construir tu estilo de vestir?

    Era una época donde no llegaba nada, o casi nada. Teníamos referencia de la música que escuchábamos, pero no visual, así que nos vestíamos con lo que teníamos o con lo que podíamos, además de que era un tiempo donde había muy poca ropa. Por ejemplo, yo tenía un solo pantalón, que usaba para la escuela, y le pedí a mi madre que le pusiera unas quillas de tela en las patas para hacerlas campana. Ella les puso también un zíper para cerrar la campana, para ir a la escuela. Creo que desde ese momento empecé inconscientemente a hacer las cosas un poco a mi manera.

    En esa época la música que se escuchaba en la radio era en español, y para nada queríamos parecernos a lo que hacían Los Mustangs o los Fórmula Quinta. Fíjate tú, ni siquiera nuestra generación fue fan de los Beatles, al menos en ese momento. Nosotros queríamos ser como las bandas más duras de rock de la época: Black Sabbath, Led Zeppelin, Grand Funk, Deep Purple eran nuestra referencia.

    Fuiste músico de rock durante el período en que el gobierno cubano más persiguió y reprimió esta música y cualquier manifestación «extranjerizante» o de «diversionismo ideológico», tanto que al quinquenio 1971–1975 se le ha llamado «quinquenio gris», tal como lo describiría el crítico Ambrosio Fornet. ¿Qué te llevó al rock, y qué repercusiones sociales trajo esa decisión?

    Nosotros éramos muy jóvenes y no sentimos la represión a las manifestaciones extranjerizantes. Nosotros nunca tuvimos ningún problema. No tuve información al respecto, creo que hasta los años noventa. Recuerda que era una época en que la información se movía en la prensa, la televisión y la radio; no era como ahora, que pasa algo en China y al otro día te enteras en el otro lado del mundo. 

    También en esa época ya estudiaba en la escuela de música, que era, pienso, un poco más flexible en cuanto a reglas y normas. Nos vestíamos de uniforme, pero les hacíamos «arreglitos» y se veían un poco más modernos: pinzas y corte de óvalo en la parte de abajo a las camisas, y no nos decían nada. Varios amigos y yo teníamos el pelo largo y nos lo recogíamos con ganchos y jabón, pero de cualquier manera se veía que estaba más largo que lo que permitía el reglamento, y no pasaba nada.

    Recuerdo que había una profesora de guitarra que era muy conservadora y no nos dejaba tocar rock, pero era porque decía que nos afectaba la técnica para tocar la música de concierto, que era lo que estudiábamos. De cualquier manera, nos subíamos al techo de la escuela en los tiempos libres, y ahí escondidos tocábamos rock.

    Eres de los artistas cubanos más revolucionarios en términos de imagen. ¿A qué crees que se debe tu iconoclasia sartorial? ¿Por qué has sentido la necesidad de empacar o acompañar tu mensaje artístico en cierto tipo de ropa, accesorios y peinados?

    Creo que desde siempre quise ser distinto, hacer las cosas a mi manera, y una forma de hacerlo era verme distinto a los demás. Eso me movió a la imagen que cada vez usé. También mi música fue cambiando, o evolucionando, en la medida en que me buscaba. 

    Al salir del conservatorio me fui a trabajar al teatro varios años, y ahí aprendí que cada sonido tiene su propia imagen, así que cuando hice mi grupo, Edesio Alejandro y su Banda de Maquina, busqué una imagen que tuviese que ver con la música que hacía, y que además me identificara entre los demás artistas, y muy pronto me señalé como un tipo distinto entre los artistas que había en ese momento en Cuba —fuimos, además, los primeros en usar computadoras en el escenario—. 

    Teníamos un diseñador de luces que, siendo muy joven, era uno de los mejores de Cuba, Pedro Remírez «Pyry». Se aprendía las canciones y, a mano, pues en esa época las consolas de luces eran analógicas y no se programaban, hacía los efectos que la música le iba sugiriendo, y realmente eran shows que tenían una armonía perfecta entre la música, la luz y la puesta en escena.

    Usamos muchas veces pintores jóvenes para hacer escenografías para los conciertos. En uno que se llamó «Banda de Maquina en Escena» fue Gustavo Acosta; en otro que se llamó «Viviendo Rápido» fue Adalberto Roque. La ropa era parte de mi look original: tenis y jeans rotos, mezclado con gabanes o chaquetas hechas por diseñadores. Todos en esa época eran muy jóvenes y atrevidos, y ahora son grandes artistas y diseñadores.

    Usé unas veces un tenis rojo y otro blanco, ambos sucios, combinándolos con jeans rotos y frac o torera de brillo. Después me puse botas militares a las que les pusimos ojetes muy grandes y les fijamos en la punta una cuchara con dos tornillos enormes, como si fuese un casquillo. La tuerca que los aguantaba quedaba a la vista por fuera de la bota, y las combinamos con licras cortas y chaquetas de parches. Unas veces tuve el pelo muy largo, y otras me pelé al rape.

    Cambié de imagen tantas veces como cambié de música, en la búsqueda de un estilo más personal, que encontré ya cerca de 1996, cuando me vestí de blanco completamente y me adorné con collares de santería.

    ¿Qué mensajes intentabas transmitir al combinar esos accesorios de la religión afrocubana con tu estética roquera, más allá de, quizás, tu propio vínculo con las prácticas y cultos de dicha religión?

    Mira, en ese momento empecé a hacer una mezcla de ritmos cubanos de raíz profunda como el son, la rumba y la conga. Los mezclé con hip-hop, funk y guitarras de rock. Era algo distinto. Fíjate, muchas veces no fue mejor que lo que había hecho hasta ese momento, pero era distinto, era una mezcla que no se había hecho. 

    Algunos críticos dijeron que era la música cubana de la nueva era. Lo llamaron «afro-cu-hop». Me dio una personalidad y mucho éxito. Para que tengas una idea de la repercusión que tuvo el disco, un día un amigo estaba esquiando en los Alpes suizos y me puso el teléfono para que escuchara por el sistema de audio del lugar una de mis canciones. 

    Ese nuevo estilo que empecé a hacer tenía que tener una imagen, y sentí que era vestido de blanco, a la usanza de los viejos tiempos. Me puse un sobrecuello de tela de guinga, como se ponen los choferes de guagua, aguantado con dos presillas metálicas de oficina para no sudarlo —lo hice para darle una imagen más cotidiana—. Recuerdo, inclusive, que tenía diferentes cuellos de acuerdo a la ocasión: si era en un cabaret que actuaba, me ponía un cuello de tela de brillo. 

    En fin, después fui adaptando la imagen a la música que iba haciendo, y le sumé los collares de santero.

    Para tu ópera rock Violente contaste con el diseño de vestuario y de escenografía del artista Humberto Castro. ¿Tenías conocimiento de colaboraciones similares entre artistas visuales y músicos en términos de vestuario, o fuiste también pionero en eso en el país? ¿Qué buscabas transmitir?

    Humberto Castro y yo somos como hermanos. Estudiamos juntos desde que teníamos 12 años, y cuando hice Violente lo invité por la afinidad que teníamos en gusto. Por eso trabajamos juntos en la ópera; estábamos muy compenetrados estéticamente, y estaba seguro de que él era el único artista que podía crear los diseños de escenografía y vestuario de Violente. También trabajó con él, en la escenografía, el pintor Waldo Saavedra. Hicimos un equipo maravilloso, súper creativo. Queríamos mostrar un mundo de violencia al borde de una guerra mundial que iba a destruir el planeta. Eran unos tipos agresivos y violentos; así tenía que ser el vestuario.

    Por esa época, y en esta ópera en particular, cultivaste una estética punk cuyo lenguaje contracultural era por entonces rechazado por la cultura mainstream tanto de las sociedades capitalistas como de los mucho más restrictivos regímenes de socialismo de Estado. ¿Cómo reaccionaron las autoridades y el público cubano a esta estética iconoclasta?

    Mira, no era una estética punk como tal. Usé una imagen punk para representar a un planeta que quería acabar con la paz mundial, de eso iba la ópera, que realmente fue un suceso cultural en Cuba. La pusimos en el teatro más importante de nuestro país, el Teatro Nacional —tuvimos todo su apoyo—. Recuerda que el teatro responde al Ministerio de Cultura, que es la autoridad que lo dirige, así que realmente no tuvimos ningún problema, todo lo contrario. La prensa nacional habló muchísimo de la ópera, y el público, qué decir… Fue un éxito. Teatro lleno toda la temporada. Inclusive, al siguiente año el teatro nos pidió hacer una nueva temporada, que por supuesto hicimos.

    ¿Recuerdas cuándo fue la primera vez que te presentaste en un escenario y qué ropa te pusiste?

    Sí. Fue por el año 1987, en la sede de la Orquesta Sinfónica, en 17 y D, en El Vedado, en una sala de conciertos. Me puse un par de tenis blancos, sucios y rotos, pantalón y camisa negra y un sobretodo, y me colgué una pluma en una oreja. La gente enloqueció.

    ¿Y en la televisión?

    Creo que fue como un año después. Me puse unos pantalones rotos que, junto con el sobretodo y la pluma, ya eran parte de mi look.

    ¿Estabas satisfecho con la ropa que usabas para salir a escena, o hubieras querido vestirte de otra manera?

    Honestamente, me vestí como me dio la gana. No tengo otra palabra.

    ¿Alguna vez fuiste censurado o recibiste alguna advertencia o amonestación con relación a la manera en que debías vestirte para presentarte en los escenarios o la televisión?

    Fíjate que sí. Antes de hacer mi banda ya había grabado música para series de televisión, pero no salía yo, solo la música, y un director de televisión me dijo un día: «Haces buena música, pero no saldrás en televisión hasta que no te cambies esa imagen extravagante que tienes, te peles y te afeites». Le dije: «Bueno, un día tú no estarás y yo podré entrar». Y la vida, que ha sido muy bondadosa conmigo, me lo permitió un par de años después, cuando hice mi primer programa de televisión. 

    Recuerdo que fue el Día de la Cultura Cubana. Quien dirigía el programa era nada más y nada menos que el mismo que me había dicho que no iba a hacer televisión hasta que no cambiara mi imagen, así que me paré delante de él y ni hablé, solo modelé. El problema es que mi música tenía mucho éxito, y el Ministerio de Cultura me había mandado a hacer el programa, así que el tipo no se podía negar.

    ¿Tuviste que hacer alguna concesión estilística —con relación al vestir— para poder presentarte en escenarios o en la televisión?

    No, no tuve que hacer ninguna concesión, ninguna. Siempre hice lo que quise con mi música y mi imagen.

    ¿Cuánto y cómo se diferenciaba la ropa que usabas para salir a escena de la ropa que usabas a diario? Y, dentro de la primera, ¿cómo hacías para comunicar con el vestuario la diferencia de géneros o estilos musicales a los que te aproximaste?

    Mi estética fue única en cada momento. Me vestí igual en el escenario y fuera de este. Un artista no puede tener una estética en la escena y otra en la calle.

    Tuve varios diseñadores que trabajaron conmigo en cada momento, y que me ayudaron a encontrar lo que buscaba. Primero fue Rafael de León, diseñador de la Industria Ligera; después, yo mismo por un tiempo; después, Ernesto Ramón, estilista de [la casa de modas] La Maison; luego, Rafael Tamayo Roparche, y en la última etapa, mi madre, Janet Salva, periodista y artesana. 

    En cada etapa hacíamos un estudio de la música, buscábamos estéticamente lo que quería decir con ella y lo llevábamos al vestuario, analizando los grupos sociales que iban a consumir la música y el estilo de la misma, para armonizar con ella.

    ¿Fue ella, tu madre, quien te hizo en los años ochenta unas sandalias de cuero que llegaban hasta las rodillas?

    No, mi madre era muy clásica. Ella era una mujer bellísima. Fue modelo de joven, en los años cincuenta, y después estudió Periodismo. Realmente ella, que amaba mi música tanto como a mí, sufría cada vez que yo hacía alguna locura con la imagen. Me decía: «Hijo, córtate el pelo; hijo, péinate, aféitate, lava los tenis, no te pongas pantalones rotos». A pesar de haber sido modelo en los cincuenta, mi madre era muy tradicional en el vestir. Ella estaba muy orgullosa de mí y me defendía con vehemencia cada vez que alguien me atacaba, pero yo quería hacerla feliz en su totalidad, y un día comenzó a hacerse el milagro. Poco a poco, al ver mi éxito, fue confiando en mí, y finalmente entendió que yo estaba defendiendo una estética asociada a la música que hacía. 

    Que mi amada madre me entendiera fue para mí una bendición. Y, fíjate tú, cuando le conté que nuevamente iba a cambiar mi música y mi imagen, a vestirme de blanco, ella, que también era una tremenda costurera y artesana, hizo toda la ropa blanca que nos pusimos en los últimos 20 años. 

    Las sandalias las diseñó Humberto Castro para la opera Violente.

    En una foto donde apareces con músicos del coro Diminuto, del Conservatorio Amadeo Roldán, has descrito la ropa que llevabas como: «un pulóver y un pantalón de mi madre, y unas botas cañeras que le dieron a mi padre en la zafra y que me regaló. Ese día no recuerdo si llevaba puesto calzoncillo o blúmer, pues en esa época por el cupón de la libreta comprabas o calzoncillos o pañuelos o camisetas o medias, solo uno de los cuatro, así que muchas veces me puse blúmers de mi madre… Recuerdo que mi abuela me decía que no saliera así, pues si tenía un accidente qué iban a pensar de mí en el hospital, yo le respondía “abuelita querida, si tengo un accidente, qué más me da lo que piensen”». ¿Cómo adquirías la ropa y los accesorios con que te presentabas ante el público o las cámaras de televisión?

    En la época de esa foto, mi padre viajaba por trabajo. Era fotógrafo de la revista Bohemia, y viajó algunas pocas veces [al extranjero] a hacer trabajos para la revista, y nos trajo, con el poquito dinero que ahorraba de las dietas que le daban para comer, alguna poca ropa, pero de estilo que tenía que ver más con él que conmigo. Una de ellas fue una camisa de Guyana, creo que se llamaba «Guayabana» o algo así, y para mí era cheísima —así decíamos—, y eso no me gustaba, así que le pedía prestado algo a mi madre, y me gustaba como me veía. Después, cuando empecé con mi grupo Banda de Maquina, ya los diseñadores con los que trabajaba fabricaban la ropa.

    Un par de detalles simpáticos: los tenis, uno rojo y uno blanco, o de otros colores, fue porque en esa época el único que viajaba al extranjero del grupo era Pyry, el diseñador de luces de la banda, que era muy joven, pero muy buen diseñador de luces, y de cuando en cuando viajaba con los grupos de teatro con los que trabajaba. Así que en el primer viaje me trajo unos tenis blancos; en el segundo, unos rojos, y se demoró mucho en salir para el tercero. Se me había roto un tenis de cada color, por suerte de pies contrarios, así que llegó el día del concierto y me puse uno de cada color. Y los jeans rotos era porque de verdad se me habían roto, y dije: «Déjame probar a ver qué pasa», y los jóvenes enloquecieron.

    2010, en los Latin Grammy / Foto: Cortesía del entrevistado

    Pero ¿de veras tuviste a veces que ponerte ropa interior de tu madre por no tener calzoncillos?

    Claro. Te decía que en esa época, que fue muy difícil para los cubanos, no había ropa que ponerse y te vendían un solo artículo por un cupón, por lo que tenías que escoger o calzoncillos o medias, y no sé por qué mi madre tenía más blúmeres que nosotros calzoncillos, así que se los pedía.

    Mira, una anécdota graciosa: en esa época vendían unas camisas de la marca Yumurí, no se me olvida, que eran de poliéster. Daban un tremendo calor, pero eran de colores bonitos, y fui a la tienda con mi madre y había de la misma camisa variedad de colores. Yo compré una que me gustó, que era de color rosado, y esa misma noche fui a una fiesta de amigos de la escuela, y parecíamos una orquesta: todos estábamos con el mismo modelo de camisa, pero con diferentes colores. No me la puse más. Seguí andando con la ropa de mi madre.

    ¿Tenías familia en el extranjero? ¿Tenías relación con ellos? ¿Recibías ropa de tus familiares en el extranjero? 

    Tenía familia en el extranjero, en Estados Unidos, y cuando yo era muy chiquito, cuando tenía cinco o seis años, mandaban alguna ropa, pero ya después creo que prohibieron de aquí y de allá enviar paquetes, y no recibimos nada más.

    ¿Cuándo fue la primera vez que viajaste al extranjero?

    Muy joven, como a los 26 años. Fue a Canadá, a hacer una gira con unos grandes actores chilenos: Nelson Villagra y Shenda Román.

    ¿Qué impacto tuvieron las giras internacionales en tu manera de vestir, tanto cotidiana como artística?

    Ya en esa época me vestía a mi manera, y me compraba lo más extravagante que encontraba.

    ¿Antes de salir de gira compraste en las llamadas «tiendas de habilitación», donde los cubanos que viajaban al extranjero por motivos de trabajo podían adquirir ciertas prendas de ropa?

    No, por Dios. Jamás. Ni siquiera abrigos. Cuando iba a algún país donde había mucho frío, buscaba aquí alguien que me prestara algo que me gustara, pero en esa tienda ni muerto, como dice el dicho.

    ¿Una vez que comenzaste a viajar, continuaste comprando la ropa que el gobierno vendía en las tiendas del mercado racionado, la ropa regulada mediante la libreta de racionamiento?

    Verdaderamente, cuando empecé a viajar ya la ropa que se vendía en Cuba era mejor que cuando empecé con la banda de rock. Vendían jeans de los países socialistas de una marca que se llamaba Odra. También había tiendas en divisa, donde compraban los extranjeros residentes en Cuba, y ellos vendían después la mercancía en el mercado negro. Yo compré jeans en el mercado negro, [marca] Lois, que me encantaban.

    ¿Qué es lo más loco o excéntrico que te has puesto para tocar?

    Qué se yo. Una vez me hice —yo también empecé a coser mi propia ropa— un pantalón y una camisa [con tela] de malla, con huecos grandes, y debajo me puse un calzoncillo de color piel, y fui a recibir un premio así y la gente pensó que estaba desnudo debajo de la malla. 

    Hice siempre la locura que quise. Me dejaron hacerla, y el pueblo me lo aplaudió —alguno me criticó—. Y soy muy feliz, doy gracias a Dios y a la vida por eso.

    ¿Cómo definirías el estilo de Edesio Alejandro? 

    Totalmente ecléctico e irreverente.

    ¿Cómo se vestirá Edesio Alejandro dentro de diez años?

    Como se vestía la gente en aquella fiesta de percheros en la que fui a tocar. 

    No sé, ni la menor idea. Fíjate tú, en este momento no estoy encima del escenario; estoy haciendo varias cosas, dirigiendo mis propias películas y trabajando con mi hijo, Cristian Alejandro, que es un joven artista cubano buenísimo —es tremendo cantante, compositor y guitarrista—. Estoy trabajando como su manager, y me estoy vistiendo un poco más formal. Volví a vestirme de negro, con jeans, pulóveres, saco y gorra de pelotero. Lo hago un poco también asumiendo que yo no soy el show, sino mi hijo, y por eso no debo destacarme mucho. 

    De cualquier manera, me siento feliz con lo que llevo puesto porque es la imagen de mi corazón.

    ***

    1990 / Cortesía del entrevistado

    MAC: Ya habíamos dado por terminada la entrevista y solo quedaba que Edesio Alejandro me enviara algunas imágenes que había escaneado. Pasados varios días, comienzan a llegar, vía WeTransfer. Entre las imágenes encuentro un anuncio de una subasta en la que los miembros del grupo de Edesio Alejandro subastarían su ropa. Corro a preguntarle…

    EA: Eso fue en el teatro América, una institución, por supuesto, del Estado. Voy a buscar el año y te lo envío. Yo trabajaba en ese momento con un diseñador que se llama Rafael Tamayo —su nombre artístico era Roparche— y hacía unas cosas maravillosas. Él no nos cobraba, así que decidimos, como una manera buena de pagar su trabajo, hacer un concierto donde íbamos subastando la ropa: los músicos nos íbamos quitando lo que vendíamos. Al final del concierto nos quedamos en licras.

    La gente la pasó muy bien en el concierto y pagaron muchísimo por nuestra ropa. Fue una experiencia maravillosa. Íbamos parando entre las canciones y subastando las piezas de cada uno. Mira, las botas no estaban previstas en la subasta, pero la gente las quiso y las vendimos también.

    No me había acordado de esto, pero qué bueno que lo incluyas en la entrevista. Deja ver si encuentro alguna foto con la ropa esa y te la mando.

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    2 COMENTARIOS

    1. La entrevista a un músico de la trayectoria y la relevancia de Edesio Alejandro se ve empañada por el intento del entrevistador de llevar al artista a reducir sus respuestas a un escenario político de crítica a las instituciones cubanas. Me sentí humillado con el trato vulgar e irrespetuoso al artista.

    2. Esta serie de entrevistas sobre los autendos está maravillosa. Y me llevan a pasear por memory lane 🙂 Aunque no sé mucho de música, recuerdo el tema musical de Hoy es siempre todavía, creo que lo cantaba Edesio Alejandro.
      Sí, era frecuente aparecerse en un lugar y darse cuenta de que todos llevaban puesto lo mismo…el «todos tenemos.»
      Caramba, pero no recuerdo el asunto de los blúmers y los calzoncillos «intercambiables», menos mal que no me tocó.
      Voy a goglear su música.

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