Detectives oscuros: An Introduction

    Cuando pienso en las potencialidades positivas de la oscuridad, en su faceta más noble y abnegada, lo primero que me viene al magín es el perenne ajetreo de los sabuesos universalmente conocidos como «dark detectives». 

    Hablamos, por si alguien lo ignora, de aquellos agentes de policía cuya especialidad consiste en la indagación y el esclarecimiento de hechos delictivos, por lo general secuestros y/o asesinatos, donde los móviles del perpetrador se adentran de lleno en el proceloso territorio de lo irracional. Quiero decir, de lo paradójico, lo absurdo, lo descabellado, toda esa constelación outré que desafía al más elemental sentido común pero que, a efectos jurídicos, raras veces presupone demencia.

    También llamados «analistas», o incluso «perfilistas» (anglicismo que deriva de «profilers»), tales pesquisidores hoy por hoy nos salen al paso a cada instante. Los hallamos en la vida real, donde por requerimientos propios del oficio tienden a comportarse con suma discreción, aunque no pocos de ellos, una vez jubilados, tengan a bien publicar sus memorias, siempre de gran impacto, o abrir sus archivos siniestros frente a millones de telespectadores ávidos de emociones fuertes. Asimismo podemos encontrarlos a pululu en el dominio de la ficción, dígase novelas, relatos breves, piezas teatrales, cómics, cartoons, películas, cortometrajes, teleseries, videojuegos, leyendas urbanas o chismes de barrio, donde se manifiestan en todo su esplendor. O sea, donde su ambigüedad, su retraimiento, su laconismo, su descomunal energía, su cautela, su empeño, su aparente déficit de calor humano, sus nervios de acero y sus inexplicables certezas refulgen con mayor intensidad que cualquier luminaria.

    En estas últimas décadas, gracias a los mass media, los detectives oscuros han alcanzado tal visibilidad a escala global que bien cabe considerarlos, ¿por qué no?, héroes de nuestro tiempo. Sin menoscabar en absoluto, claro está, la guerra sin cuartel sostenida por ellos a favor de los inocentes en el transcurso de más de cien años de investigación criminal. Esto es: desde aquella polémica doctrina del atavismo —demasiado optimista, por desgracia— propugnada hacia finales del siglo xix por el doctor Cesare Lombroso, antropólogo, médico legal, catedrático en varias universidades italianas y fundador de la Criminología.

    Contra lo que pudiera parecer prima facie, las brumas no son para ellos sinónimo de perversidad o barbarie. Un individuo que le pasa la chágara a su abuela con el propósito de embolsillarse la plata del life insurance, pongamos por caso, no es menos malvado o salvaje que otro que despacha a una anciana desconocida porque la tal señora se da un airecillo a su tiránica abuela, ya difunta, quien nunca le permitía ir al parque de la esquina a montar en patineta cuando él era chiquito. La diferencia entre ambos criminales, ciertamente abismal, radica en la naturaleza misma de sus respectivas motivaciones, con todo lo que ello acarrea en materia de procedimiento policiaco. 

    El primer bandolero, puesto que responde a la sempiterna pregunta lógica del «Cui bono?» —latinajo del argot leguleyo, mal traducido en la narrativa sensacionalista desde épocas anteriores a Edgar Allan Poe, que significa «¿Para beneficio de quién?»—, despierta sospechas de inmediato. Así que será objeto de un minucioso escrutinio, acaso en prisión preventiva, sobre todo si no cuenta con alguna coartada medianamente sólida. Y tras finalizar la autopsia judicial, amén de la recolección de improntas, fluidos corporales y demás ítems de interés en la escena del crimen y su posterior cotejo con las muestras que se le hayan tomado a nuestro hombre (huellas dactilares, ADN, etcétera) en un laboratorio de Criminalística bien equipado, el pronóstico de su arresto, ya con levantamiento de cargos, pinta color de rosa. 

    El segundo forajido, en cambio, podría ser cualquiera. Desaparece entre la muchedumbre cual aguja en un pajar. Siguiendo los protocolos establecidos en la actualidad para toda pesquisa de homicidio, solo se piensa en algún espécimen de su calaña luego de haber descartado sin discusión a cuanto sospechoso plausible ande por los alrededores. Y lamento decirlo, pero el pronóstico de su arresto, si nadie atina a conectarlo con la víctima por alguna vía, pinta más negro que una cazuela tiznada. Porque en este valle de lágrimas no se esclarece un asesinato sin previamente descifrar el motivo —salvo que el truhan sea atrapado in fraganti, o que se ufane de su proeza delante de alguien dispuesto a denunciarlo, o que haya algún testigo ocular apto para componer un identikit, o que Dios favorezca a los investigadores con alguna otra afortunada casualidad— y lo de la ganancia pecuniaria lo entiende sin dificultades tutilimundi, pero… ¿quién coño sería capaz de concebir siquiera el extemporáneo agravio de la viejuca mandona y la fucking patineta?

    Semejante móvil para un crimen de sangre quizá les parezca a ustedes excesivamente disparatado, surreal, estrambótico o hasta risible, digno de alguna comedia negra a lo Tim Burton. Mas, créanme, queridos amiguitos, en cualquier vecindario de este planeta se dan casos así de grotescos. Incluso acá en Cuba, donde la prensa oficialista —que es, como sabemos, la única prensa lícita— nunca los reporta, en tanto que a la prensa opositora les está vedado entrevistar a los voceros de nuestra insigne Policía Nacional Revolucionaria. No ocurren con demasiada frecuencia, por suerte. Pero ocurren, no nos engañemos. Los hay, de hecho, mucho más bizarros e inextricables que el ejemplo antes expuesto. Oh, sí. Unas mañas de maraña esperpénticas, harto difíciles de poner en claro.

    Por otra parte, aun cuando el bellaco de la oprimida niñez no supere a su colega con afanes lucrativos en cuanto al nivel de perfidia según aquella progresión del 1 al 22 patentada por el doctor Michael Stone —psiquiatra forense, catedrático de Columbia University, mundialmente famoso como conductor de la teleserie documental Índice de maldad (Most Evil), transmitida por el Investigation Discovery entre 2006 y 2008—, bien que le gana por la milla en lo concerniente al pánico generalizado que pudiera desatar, con los mil y un disturbios que ello implicaría, dada la amenaza que representa para la sociedad en su conjunto.

    Most Evil

    Cierto que el malandrín motivado por los billetes, si logra quedar impune en su primera fechoría, quizá le coja el gusto al negocio del murder one y aniquile a algún otro pariente suyo provisto de una sustanciosa póliza. Pero esa eventualidad, a juzgar por las estadísticas, no califica de muy probable. Como es natural, digo yo. ¿Quién con una pizca de cerebro desearía atraer por segunda vez la atención de la fiana y, peor aún, la de los inspectores, tan zorros y metiches, al servicio de las compañías aseguradoras?

    El facineroso del trauma con la patineta, en cambio, reincidirá sin lugar a duda. Incapaz de resistirse a la compulsión de asesinar —¿cómo renunciar al inmenso placer que le depara tal actividad?—, tarde o temprano volverá a las andadas. Y no en una, sino en múltiples ocasiones. Hallará por doquier viejecitas que le recuerden a su despótica abuela y procederá a exterminarlas, siempre con idéntico modus operandi, sin dar señales de fatiga o aburrimiento. Al contrario, los intervalos entre un atentado y otro irán reduciéndose paulatinamente conforme nuestro fulano vaya cogiendo práctica. Su mortífera seguidilla habrá de continuar, pónganle el cuño, hasta tanto no la interrumpa de manera provisional o definitiva alguna circunstancia de fuerza mayor, léase encarcelamiento, fractura de cráneo, huracán, terremoto, pandemia de COVID-19 o explosión nuclear.

    A ese granuja tan letal, repetitivo, escurridizo, monocorde e irredento, sin peculiaridades fisonómicas, o en sus quehaceres cotidianos, que lo distingan del común de los mortales, insensato pero a menudo muy listo y cacho de neurótico pero legalmente cuerdo mientras disponga de libre albedrío, se le llama de modo genérico «asesino en serie». Aunque también, para evitar apodos que lo glorifiquen u obstaculicen la encuesta relativa a sus atropellos, quienes se dedican a perseguirlo han puesto en boga el término «su-des» (abreviatura de «sujeto-desconocido»), que no sugiere nada grandioso ni tampoco da pie a falacia alguna. De cualquier forma, ¿habrá alguien a estas alturas del torneo que no haya escuchado rumores acerca de tamaño villanazo, ya se trate de Ted Bundy o de Leatherface, del compañero soviético Andrei Chikatilo o de herr M, del Hijo de Sam o de monsieur Verdoux, de Futoshi Matsunaga o de mister Brooks? Apuesto a que no. 

    Quien de veras nos importa aquí y ahora, sin embargo, no es la supradicha sabandija, sino su antagonista por excelencia. Un paladín que intentará ponerle freno a toda costa, lo mismo en la cruda realidad que en las más desaforadas fabulaciones. A saber: el detective oscuro.

    Pero mejor regresemos al plural, puesto que el «viaje a la oscuridad», cual suele denominarse coloquialmente a la indagatoria de los desmanes cometidos por un su-des ya diagnosticado como tal —para ello ha de contar en su haber, según los parámetros actuales, con tres o más asesinatos cortados por la misma tijera cuyas víctimas nunca se hubiesen cruzado unas con otras—, ha devenido trabajo en equipo desde las postrimerías del siglo XX. La pandilla de analistas que protagonizan Mentes criminales (Criminal Minds), architenebrosa teleserie de ficción emitida por CBS entre 2005 y 2020, nos ilustra bastante bien al respecto. Aunque hemos de reconocer con entera franqueza que la mayoría de los detectives oscuros, damas y caballeros, no tienen estampa de modelos de pasarela ni son tan glamourosos como el papirriqui Derek Morgan, la bella Emily Prentiss, el sexy Spencer Reid u otros miembros de aquella legendaria (y voladora) Behavioral Analysis Unit con sede en Quantico, Virginia. Ja, me imagino a los profilers auténticos esbozando una sonrisita de afable condescendencia al toparse en la pequeña pantalla con aquel apabullante dream team, sobre todo en las primeras temporadas.

    Criminal Minds

    El empleo metafórico del vocablo «viaje», por cierto, indica la manera tan sui géneris en que esta clase de agentes asumen las tinieblas. Más allá de la dicotomía bondad-maldad, visualizan una especie de inframundo lóbrego, neutral en sí mismo, adonde ellos acuden a resolver problemas. Una vasta región sumergida en la negrura, con singulares características distintivas, cuyo mapa ningún cartógrafo ha delineado a cabalidad. Un campo de batalla no por intangible menos existente que la tierra, el aire o los océanos. En resumen: una jungla similar a la mítica Darknet, donde operan tanto sinvergüenzas de aúpa como hackers vigilantes y justicieros, onda Robin Hood.

    Graves peligros, empero, acechan allí a nuestros expedicionarios. No porque la oscuridad les sea abiertamente adversa u hostil, sino al revés, porque los acoge con insidioso beneplácito y les desata sus propios demonios. Porque los seduce, los hechiza, los cautiva, los embelesa como un canto de sirenas, incitándolos a torcer el rumbo, tirar a mondongo los objetivos racionales de la travesía, decir basta y convertirse en habitantes de la noche perpetua. 

    Ellos lo saben, desde luego. No en balde cursan hoy día estudios superiores de Criminología, Antropología, Sociología, Psiquiatría Forense u otras disciplinas incluidas entre las Ciencias del Comportamiento. Son muy intuitivos, expertos en pálpitos, corazonadas y precogniciones. Situados al parecer en el polo opuesto de Sherlock Holmes, se defienden mejor con el olfato que mediante el raciocinio. Pero ojo: también son doctores. Y coinciden con el máster de Baker Street en lo mucho que valoran el conocimiento exhaustivo de la historia de la investigación criminal. De ahí que «viajen» en grupo, máxime cuando el periplo va para largo, cosa de poder apoyarse mutuamente en los momentos de crisis e impedir que algún descarriado alcance el punto de no retorno.

    A diferencia de los peritos criminalistas, quienes se encargan de colectar y procesar la evidencia física, y de los patólogos forenses, que practican autopsias, los detectives oscuros solo muy ocasionalmente prestan declaración en tribunales. Porque el perfilismo no es una ciencia exacta. Ellos pueden equivocarse. Aunque su porcentaje de aciertos, valga aclararlo, ha llegado a ser equiparable al de un polígrafo o «detector de mentira», e inclusive al del más fino hociquito de una selecta brigada canina, cuyos dictámenes, igual de aproximativos, tampoco se erigen en pruebas de cargo (o descargo) ante la justicia. Unos y otros se ocupan más bien de orientar una pesquisa, de poner a las fuerzas policiales sobre la pista correcta. Los analistas lideran. Es decir, van al frente, señalándoles al resto de la tropa qué, dónde y cómo buscar.

    Por eso me llevan los diablos cuando oigo a sus detractores —pues sí, hermanos míos, en este mundo traidor hay gente así de imbécil y malagradecida— tildar la durísima pincha del profiler, con autocomplaciente desprecio, de «mera especulación intelectual». Vaya, como insinuando que los detectives oscuros son unos payasos que solo de chiripa han capturado algún que otro pilluelo medio locatis. ¿Se habrá visto mezquindad? Pero yo sé, yo sé por dónde vienen esos tiros.

    Sucede que, al trazar perfiles psicológicos, basándose para ello en patrones de conducta observados sobre la marcha, se valida a plenitud la regla de oro de la Criminología moderna, la cual postula que nuestras acciones están irremisiblemente determinadas por nuestro carácter. Ya lo sentenciaba la sabiduría bíblica: «Por sus frutos conoceréis al árbol» (Mateo 7, 20; Lucas 6, 44). En otras palabras: no somos tan libérrimos, versátiles e impredecibles como nos gusta creer. He ahí lo que promueve el escepticismo dizque pragmático que algunos ilustres señoritingos que nunca tuvieron que pulirla tratando de acogotar a un su-des muy sanguinario, astuto y resbaloso, a la mayor brevedad. Porque esas indagaciones sombrías, conviene tenerlo en cuenta, arriba de todo se realizan contrarreloj, bajo una presión de apaga y vámonos. Tic tac, tic tac, tic tac…  

    Antaño los detectives oscuros, menos informados que hogaño en lo referido a los aspectos más científicos de su labor, de vez en cuando se arriesgaban a «viajar» en solitario. Bueno, verdad que tampoco tenían muchas opciones. ¿Qué iban a hacer? ¿Mantenerse de brazos caídos mientras el psicópata de turno gozaba de lo lindo? Por supuestísimo que no.

    Como ya podrán ustedes figurarse, hubo innúmeros descalabros por tal razón. Melancolía profunda, alcoholismo, adicciones a diversos fármacos, bulimia, fobias, migrañas bestiales, terrores nocturnos, pesadillas a tutiplén, insomnio permanente, agresividad fuera de control, síndromes de estrés postraumático que degeneraron en brotes de psicosis… Y otrosí hipotecas vencidas, embargos, divorcios, familias deshechas, órdenes de alejamiento, padres que nunca volvieron a ver a sus hijos, marginalidad, abandono, suicidios… En fin, la debacle. Todo por amor al prójimo, por honrar la más genuina vocación policiaca de servir y proteger a la comunidad. Esa época asaz heroica, de ingente sacrificio —y también de un colosal aprendizaje, aunque fuese a palos—, duró como quien dice hasta antier.

    A partir de aquellos malogrados e injustamente olvidados sabuesos anónimos, no obstante, han nacido memorables investigadores novelescos en variadas lenguas y latitudes. El más extraordinario de todos: Matt el Mate, comisario de la policía cantonal de Zürich —o teniente, pues en ese cuerpo ostentan grados militares—, protagonista de La promesa (Das Versprechen), clásico del género negro publicado en 1958 por Friedrich Dürrenmatt. Y el más conmovedor entre sus numerosos epígonos: Will Graham, agente especial del Federal Bureau of Investigation, uno de los personajes principales de El dragón rojo (Red Dragon), primera —y mejor, muuuucho mejor— entrega de la saga sobre las peripecias del eminente caníbal lituano Hannibal Lecter, popularísima crook story iniciada en 1980 por Thomas Harris.

    Diferentes enfoques de un mismo tema: realista a rajatabla el suizo, medio fantasioso el norteamericano. Lo de «medio» viene a que si bien Lecter, mal que les pese a sus fans, no resulta demasiado verosímil, su contrincante Graham sí convence una pila, tanto como el Mate. Aunque los tergiversadores hollywoodenses Michael Mann y Brett Ratner hayan procurado salvar a Graham en sus versiones fílmicas de la novela —Cazador de hombres (Manhunter), de 1986, y Dragón rojo (Red Dragon), de 2002, respectivamente—, el hecho es que los mencionados literatos, Dürrenmatt y Harris, hicieron colapsar a sus detectives oscuros sin ninguna misericordia. Los arruinaron por completo, hundiéndolos en el delirio y la indigencia, no sin antes revelarnos cuán geniales e intrépidos habían sido. 

    Historias crueles, de un patetismo sobrecogedor, que recrean otras, acaso más sórdidas, piadosamente escondidas allí donde nunca penetran los rayos del sol.

    spot_img

    Newsletter

    Recibe en tu correo nuestro boletín quincenal.

    Te puede interesar

    El Cobre y sus masones

    Cada movilización se recibe como una chispa que la gente enseguida quiere aprovechar para encender de una vez y para siempre el fuego de la libertad. Junto con los gritos de corriente y comida, o cualquier otra cosa básica que escasea, más temprano que tarde, aparece el de libertad. Y una serie de expresiones irreverentes hacia las autoridades. Esta vez, Santiago destacó con una protesta a ritmo de conga que pidió a voz en cuelo «pinga pal presidente».

    De la Matrix a Santiago de Chile

    El autor de estas imágenes es alguien que fotografía...

    «Esta pared es del pueblo, úsela». Ausencia y grafiti en La...

    Mr. Sad lanzó en febrero de 2024 la convocatoria a su exposición personal con la intención explícita de donar su espacio a todos, y eligió como nombre y lema una consigna típica, un lugar común dentro de la retórica postrevolucionaria: «esta pared es del pueblo», poniéndola en crisis justamente por cumplirla y explotarla de manera literal.

    La conga de la protesta en Santiago de Cuba: «No hay...

    Las protestas por la escasez de alimentos y los prolongados apagones se replicaron este lunes 18 de marzo en la provincia de Santiago de Cuba, aun cuando el presidente Miguel Díaz-Canel se apresuró a dar por cerrado el episodio de indignación ciudadana

    Todo el mundo se eriza

    He visto, o más bien escuchado, un video de...

    Apoya nuestro trabajo

    El Estornudo es una revista digital independiente realizada desde Cuba y desde fuera de Cuba. Y es, además, una asociación civil no lucrativa cuyo fin es narrar y pensar —desde los más altos estándares profesionales y una completa independencia intelectual— la realidad de la isla y el hemisferio. Nuestro staff está empeñado en entregar cada día las mejores piezas textuales, fotográficas y audiovisuales, y en establecer un diálogo amplio y complejo con el acontecer. El acceso a todos nuestros contenidos es abierto y gratuito. Agradecemos cualquier forma de apoyo desinteresado a nuestro crecimiento presente y futuro.
    Puedes contribuir a la revista aquí.
    Si tienes críticas y/o sugerencias, escríbenos al correo: [email protected]

    spot_imgspot_img

    Artículos relacionados

    Agustín Acosta, piedra desnuda y padre de mi padre

    Desde dondequiera que se observe, suele ser la poesía...

    Juan Pablo Villalobos, la luz y lo estridente

    Juan Pablo Villalobos: Ya lo he dicho muchas veces: Virgilio Piñera está entre mis autores de cabecera, desde hace muchos años . Virgilio no desaparece; para mí está al nivel de Felisberto, pero a él sí que lo he releído: vuelvo a sus cuentos, a su poesía…

    Los libros que saqué de Cuba

    ¿Qué libros vale la pena guardar en un equipaje hecho para la escapatoria y la guerrilla? ¿Cómo se seleccionan los libros que vas a sacar de Cuba? ¿En qué piensa uno en ese instante?

    1 COMENTARIO

    1. Única, como siempre, Ena Lucía Portela, en su manera de tratar el ensayo sin la solemnidad académica, la atonalidad y la retahíla de citas que hunde hoy ese género. Bienvenida su irreverencia y, aun más, su exploración en los vericuetos de los relatos policiales tanto en la realidad como en la literatura y el cine.

    DEJA UNA RESPUESTA

    Por favor ingrese su comentario!
    Por favor ingrese su nombre aquí