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Land of Many Waters: I Love Guyana

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Georgetown es lindo y yo la pasé bien. 

Antes de ir a Guyana, todo lo que sabía era que Georgetown es una ciudad peligrosa, con un alto índice de crimen, y que había que tener cuidado. Fui con miedo sobre todo porque llegaba después de las once de la noche. Temía al viaje del aeropuerto al hostal. 

Cuando salí por las puertas del aeropuerto lo primero que sentí fue olor a marihuana; luego vi una multitud de taxistas que caminaban hacia mí ofreciendo sus servicios. En cuestión de segundos tuve delante de mi nariz la pantalla de un celular donde me reconocí en una foto. Era Tony, el hombre que debía recogerme, quien tenía una foto mía justo con la ropa que llevaba puesta. Tony me abrazó, me dio un beso; cogió la maleta y salimos caminando. Entre la multitud alguien gritó: «Te dije que saldría de primera». 

Publicidad. Georgetown, Guyana / Foto: Evelyn Sosa

De camino al carro se nos unió otro hombre a quien Tony me presentó como Tony. Los dos Tony se sentaron delante; yo detrás. Tardé un tiempo en entender el carro por dentro, y el tráfico. Todo al revés. Guyana fue colonizada primero por los holandeses y luego por los británicos; por eso se habla inglés.

Pasamos más de 45 minutos de viaje entre el aeropuerto y el hostal Casa Latina. Era una carretera llena de señales lumínicas; sí que les habían puesto interés a las señales en ese lugar, pensé. Recuerdo muchas lomas de materiales; tuve la sensación de que era una ciudad en construcción. No tenía miedo.

Georgetown, Guyana / Foto: Evelyn Sosa

Llegamos al hostal. Me enseñaron mi cuarto y un baño común para cuatro habitaciones. El primer Tony me dijo que el viaje costaba 50 dólares. Pagué. El segundo Tony me preparó un pan con perro caliente y me dio un refresco de lata. Comí en una sala común que tenía un refrigerador, una mesa, sillas, un sofá, un televisor y una cafetera. La habitación me pareció limpia y cómoda. Dormí.

Hostal Casa Latina. Georgetown, Guyana / Foto: Evelyn Sosa

El hostal está en un barrio que se llama Kitty. Al día siguiente bajó Rosa, una trabajadora, y me acompañó al Bounty, junto a otra mujer. El Bounty era un mercadito que quedaba a unas cuadras. En Guyana no hay aceras. Como el tráfico es contrario, hay que prestar atención, hay que mirar bien antes de cruzar y hay que caminar en sentido opuesto a los carros. Nunca sacar el teléfono en la calle; no llevar cartera; no andar sola, y tener cuidado con los jovencitos en bicicleta. 

Tiendas en el centro de Georgetown, Guyana / Foto: Evelyn Sosa

Cuando entré al Bounty, pensé en mi mamá. En Cuba las tiendas están vacías y en ese lugar había de todo. Con bastante frecuencia pensé en comprar cosas para llevar a mi mamá; enseguida debía rectificarme: yo no regresaré a Cuba. Compré pan, queso, galletas, jugo, helado y dos carritos llenos de caramelos, uno para Cemí y otro para Dylan, un niñito que se hospedaba con su madre en el hostal en espera de una entrevista consular por reunificación familiar en Estados Unidos. Desde hace años muchos cubanos deben viajar a Guyana si quieren resolver sus destinos legalmente.

Catedral de San Jorge. Georgetown, Guyana / Foto: Evelyn Sosa

La dueña del hostal me llevó a conocer Georgetown. Fuimos al mar, a la desembocadura del río Demerara, al centro de la ciudad, a la Catedral de San Jorge, una de las iglesias de madera más altas del mundo, y a la casa del presidente. 

Conocimos al dueño de un edificio que estaban remodelando, casi frente por frente a la casa del presidente. El hombre nos invitó a entrar; nos dio un tour, desde la piscina, aún llena de escombros, hasta arriba. Con cuidado subimos las escaleras hasta el último piso, donde estaban demoliendo las paredes para poner cristales a la redonda. A lo lejos, en el mar, se veían los barcos petroleros. 

Playa de Georgetown, Guyana / Foto: Evelyn Sosa

Lo más feo que vi —más feo incluso que una escuela que se había incendiado hacía poco— fue la Embajada de Cuba. 

En el hostal había que subir al tercer piso para buscar el almuerzo y la comida. La comida de Eli era lo mejor. Un día, mientras esperábamos que sirvieran, un hombre recién llegado de Miami todavía preguntó si Guyana quedaba «por allá… por África»; extrañamente, él sabía que el 85 por ciento de su superficie está constituida por bosques.

El 26 de mayo es el Día de la Independencia de Guyana. 

Antiguo faro. Georgetown, Guyana / Foto: Evelyn Sosa

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  • Estuve 5 meses en Guyana. Ahí conocí, hasta el momento, algunas de las peores facetas del ser humano con las que me he topado en mi vida. La mayoría de los que conocí fueron cubanos, gran parte de esta horrible experiencia, pero también viví racismo y xenofobia como nunca antes de parte de los guyaneses. Por suerte, conocí a algunas personas que resultaron ser realmente maravillosas y gracias a ellas mi estancia en ese país, con todos sus trámites, no fue tan oscura.