Los gladiadores que no sangran

    King, tu jefa te llama. ¡King! Deberías despegarte de ese teléfono, no sé, moverte por la arena, ayudar un poco. Las gradas son para los espectadores y tú no eres uno de ellos. O ya no. Pero cambia la cara y sonríe un poco, güey, que así de seriecito, todo circunspecto, no pareces el chavo de 15 años que eres. Y esta noche la gente va a pagar para ver a un chavo de 15 años dando y recibiendo vergazos, no a un actor de telenovelas con carita de seductor. Porque sí que lo pareces. Sí, güey, lo pareces, pero en versión adolescente. Buen tamaño, espaldas anchas, la musculatura incipientemente fibrosa, la piel morena, la quijada fuerte, el pelo negro acomodado. Ja. Todo un galán de Televisa en los noventa. Pero eso se te quita en un rato, cuando te caigan encima putazos de todo tipo: puñetazos, patadas voladoras, llaves quebrantahuesos. Te van a moler los Vikingos en tu primera noche, ya verás, sobre todo el chavito ese de la dinastía Vikingos. Nah, es broma.

    Tampoco es para preocuparse, güey. Piensa. Si alguien tiene juventud y sangre de guerrero en las venas para convertirse en un campeón de la lucha libre, ese eres tú. ¿Te imaginas, King, tú vuelto un ícono nacional, peleando en la Arena México, con todititos a tus pies? ¿Te imaginas, no sé, ser como El Santo? Ja. Mejor no exagerar, eh. Palabras mayores esas. Puta. El Saaaaanto. Ahí sí hablamos de leyenda. Con su máscara plateada, bien setentero, muy vintage, pero mamadísimo, capaz de madrear a Dios mismo, cargarlo sobre su cabeza y lanzarlo fuera del ring. ¡Zaz! ¡Pum! Va y esa facha de galán que llevas te sirve también para actuar. ¿Por qué no? El Santo lo hacía en aquellas películas tontas, peleando contra extraterrestres, vampiresas, hombres lobos. Piensa en eso, King. Al final, a quien de verdad vencía El Santo era a su público. Se esforzaba más por dominar a la gente que al pendejo con el que estuviera batiéndose. Lo lograrás, King. ¡A huevo! Escucha lo que te digo: tu camino al éxito empieza hoy y aquí, en la Arena Azteca Budokan, sobre la lona y bajo el techo que un día serán tuyos.

    King Moreno / Foto: Cortesía del autor

    ¿Por cierto, es verdad que te llamas así, King? ¿O sea, te pusieron King Moreno? No mames. ¿Nada de Carlos ni Pedro ni José ni ningún otro nombre común? Bah, da igual. De todas formas, creo que si te llamases Carlos o Pedro o José no le importaría a nadie. Porque ese otro nombre que puedas esconder se va a perder para siempre, como lo hizo el de tu tío, hace ya muchos años, aquel día en que decidió que nadie fuera de la familia le vería sin su máscara de colores cubriéndole la cabeza, ni tendría otra identidad que no fuese la del «letal guerrero El Oriental». Ahorita todos sí lo saben, porque se retiró. Pero no quiero esperar a que seas viejo para saber el tuyo. En fin, no sé ni para qué pregunté. ¡A la verga! King y punto. Me gusta, ¿sabes? Un sobrenombre rudo como que te adelanta una masacre despiadada sobre la lona, y uno épico como que anuncia victorias dramáticas y justas. No manches, el tuyo es épico, de héroe, de los buenos. King León Moreno o King Moreno. Algún día deberías pensar en vestirte como un rey y pelear duro, como quien defiende un castillo y una corona. No una real, güey, ya sabes. Me refiero a la ficción, a la historia detrás de tu identidad.

    ¿Y no crees que la gente se va a confundir un poco cuando, de aquí a unos años, comiences a usar el sobrenombre de tu abuelo? Ah, ya entiendo, la dinastía. Pero me cuesta imaginar un cartel con tu cara, ya adulto, todo fuertote, y leer justo al lado: Acorazado Moreno. Me cuesta imaginarte como en la foto gigante en blanco y negro del difunto Alfonso Moreno que está en la entrada. ¿Te imaginas tú así, con unos calzoncillos negros ajustados, que tengan escrito en el culo Acorazado Moreno, y unas botas largas y negras y nada más? Ah, cada bota también tendrá escrita tu nombre. Güey, para no querer llevar máscara, creo que te preocupas mucho porque el público sepa quién eres. Ja. No, no me burlo. Para nada. Puta. Si me parece lindo que quieras recordar a tu abuelo y no te resistas a su legado. Hoy serás luchador, como lo fue él, y ya mañana te tocará llevar esta pinche arena que el viejo hizo de la nada, hace ya seis décadas. Me compadezco de ti, King. Tu madre, Esther, lo hizo bien. Habrá que ver cómo mantienes tú la tradición de tu apellido, de la dinastía Moreno. Te hará falta voluntad…

    Y músculo, claro está. Nadie va a dar un peso por ver a un Acorazado escuálido. A lo mejor te salen los bíceps y los pectorales de tu papá, el Gronda. Tendrás que entrenar muy fuerte en el gimnasio si quieres estar así de mamado, como lo estaba él hace 20 años. Güey, Gronda parecía de otro pinche planeta en su época en la triple A. Los músculos exagerados, la tintura rojiza que se untaba en su piel, la máscara demoníaca. Te cagabas nomás verlo. Pero si quieres estar así, King, ten cuidado. Tanta fortaleza termina por volverte lento, como le pasó a él. Tu papá era un crack, pero esa misma musculatura le pasó factura. También tuvo mala suerte, es verdad. Pudo haber lucido mucho más de no haber sido por aquella vez que se partió la pierna en mil pedazos, y por la pancreatitis que vino después. Pero está vivo, que es lo importante, y hasta pudiera decirse que sigue mamado. Obvio, no como antes.

    ¿Estás nervioso? ¡Así se habla, cabrón! Nada de nervios. Exacto, tú vives esto todos los días. Aquí nacieron tu madre y tus tíos. Aquí naciste tú. ¿No fue aquí donde jugaste de más chavito a las escondidas por entre las gradas? ¿No colgaba Esther en tu cumpleaños una piñata encima del ring para que tú y los chamacos del barrio se mataran en la lona por caramelos? ¿Cuántas veces no habrás visto a tu tío y a tus tías dar y recibir vergazos de lo lindo en las noches para luego, cuando el show acababa, irte a dormir? La Arena Azteca Budokan es tu casa, King, el feudo de los Moreno. Ninguno de ustedes puede ser derrotado bajo este techo.  Y ahora vete, vete, que Esther quiere que te ocupes de los gatos.

    Arena Azteca Budokan / Foto: Cortesía del autor

    ***

    King brinca por entre las gradas, se agarra de una barra metálica y salta a la planta baja con la agilidad de un macaco. Esther le ordena entonces que vaya afuera, con los muchachos que vigilan la entrada, y busque dueño para la camada de gatitos negros que alguien dejó anoche en la puerta de la Arena. «Miren bien a quién le dan los gatos. No los entreguen a cualquiera. Pobrecitos. ¿Quién pudo haber hecho algo así?», dice, y asegura que si pudiera, ella misma les buscaba hogar, pero primero debe garantizar que todo salga bien en el show de esta noche, que no será uno cualquiera.

    Esther Moreno tiene 52 años, y contaría con 37 de luchadora si no se hubiese retirado hace ya tiempo para cuidar a su hijo pequeño y ayudar a su madre, Doña Esther León de Moreno, con el negocio familiar. Pero King ya es un adolescente y la matriarca murió muy anciana el año pasado, de manera que ahora le corresponde, en parte junto a sus hermanos, mantener el prestigio de la Arena Azteca Budokan. Su retirada, recuerda, no fue nada espectacular. No para una luchadora famosa como ella, que peleó en arenas de medio mundo y se hizo conocer hasta en los mejores circuitos de lucha libre de Japón. Por eso hoy regresará al ring por un combate más y luego se retirará, esta vez para siempre y por todo lo alto. Hoy también tiene pensado presentar a la afición a su hijo, el miembro más joven de la dinastía Moreno.

    Esther Moreno / Foto: Cortesía del autor

    Esther es de baja estatura, de espaldas anchas y torso perfectamente cuadrado y sólido, como un trozo de muralla antigua que se niega a caer. Es una mujer fuerte a quien los años se resistieron a pasarle factura hasta hace muy poco, cuando murió su madre. Su tono de voz es jovial, pero sabe dar órdenes como un general de West Point cuando debe hacerlo. Esto, dicen, lo sacó de Doña Esther León Moreno.

    En un abrir y cerrar de ojos, se esfuma. Luego aparece por una puerta, después desaparece por otra y así, intranquila, va preparando el lugar para la llegada de los gladiadores mexicanos y extranjeros que combatirán hoy. Latinoamérica Unida vs La Invasión Canadiense es uno de los platos fuertes de la noche, un artilugio para encender nacionalismos en las gradas, que los invitados de España, Canadá y Japón están dispuestos a soportar. También se decidirá la ganadora del Torneo Internacional por el Campeonato Femenil de la Arena Budokan y se peleará una Lucha por el Honor en la que los Moreno se medirán frente a los Vikingos.

    Si Esther organiza el show a tiempo, en dos horas exactas los aficionados habrán de estar sentados en las sillas plásticas alrededor del cuadrilátero o en las gradas, impacientes por ver puñetazos y acrobacias mortales, borrachos algunos, extasiados de adrenalina otros, gritando todos el interminable arsenal de insultos que se maneja en la calles de Nezahualcóyotl, uno de los municipios más populares del Estado de México y el más densamente poblado de un país con casi 129 millones de habitantes. Aquí, dicen, la lucha libre se vive con furia pasajera, una furia que dura lo que puede tardar un combate. Una furia adictiva. Para estar furioso hay que ver pelear una y otra y otra vez. La calma es para el entretiempo. Aquí, dicen también, las peleas se viven mejor que en sitios como la Arena México, en la ciudad, donde la gente se entrega más relajada al espectáculo y posan más sus cámaras los medios y hay juegos de luces sofisticados y más asientos y equipos de audio.

    El regreso de Esther Moreno / Foto: Cortesía del autor

    Los luchadores llegan de uno en uno, enmascarados, arrastrando maletas de ruedas donde llevan sus trajes. Sin detenerse pasan al vestidor por la puerta trasera, la cual conecta con una salida cubierta de tiras púrpuras de brillo metálico. Por allí saldrán cuando sean anunciados, caminarán por una ruidosa pasarela metálica y, de un salto, ingresarán al ring. Solo Miku y Krazy Star, mujeres ambas, se toman su tiempo antes de desaparecer. Miku aprovecha para sacar un kitde maquillaje y retocarse los párpados con cuidado, a través de los agujeros de su máscara marrón. Krazy Star, por su parte, acepta hablar con unos muchachos que dicen llevar un blog sobre lucha libre mexicana. Les cuenta que siempre quiso ser gladiadora, pero nunca imaginó lo difícil que es ser mujer y no perder la actitud y la forma que exige la permanencia en los circuitos de competición. Confiesa que sin el respaldo de una dinastía, es decir, de una familia de luchadores establecida, alcanzar la gloria se hace «tantito más complicado», y que fue un primo o un hermano quien le ayudó a diseñar su traje verde y negro, con algunos pocos adornos propios de una celebración de Halloween. Antes de retirarse, posa para la cámara de los muchachos, luciendo el escote que le dibuja un par de tetas redondas, y luego toma posturas ridículamente épicas, como las que se ven en los carteles promocionales de viejas y malas películas de acción.

    Estephanie vs Miku / Foto: Cortesía del autor

    Comienzan a entrar los aficionados. Algunos son hombres que llegan como recién salidos del trabajo, con las ropas con huellas de sudor y las manos y las gorras sucias. También aparecen familias enteras, vestidas como de paseo dominical, con niños no mayores de dos años en brazos. Los asientos se ocupan de a poco. Los puestos más caros son las sillas plásticas que rodean el ring, sobre todo la primera fila. Aquí, cuenta el público más experimentado, se participa también del combate. Ver de cerca las peleas exige mantenerse atento y anticipar los movimientos de los gladiadores, eso si no se quiere saber qué son más de 100 kilogramos de puro músculo aterrizando sobre tu cabeza.

    Luces de colores recorren frenéticamente los espacios, bocinas gigantes reproducen a todo volumen «Negrita de mis pesares», la gente canta, aplaude y bebe de a litros la cerveza que venden en una mesa apartada. La atmósfera se carga de ruidos y colores. Se pregonan baratijas y copias de máscaras de luchadores legendarios, un par de chiquillas atormentadas por la clientela bulliciosa intentan despachar a toda velocidad bolsas grasientas de chicharrones y papas fritas. Los gladiadores canadienses se escabullen hasta el vestidor. Hay fiesta en la Arena, fiesta familiar, como verbena de pueblo cuando se anuncia la función de un circo ambulante.

    «Ya estoy aquí», dice Esther sonriente, luego de echarle una ojeada al ambiente. Ha venido más gente de la que imaginaba, a pesar de que otra Arena de la zona, la competencia, se dedicó a cubrir con sus papeletas promocionales las carteleras que ella pegó durante días en cada muro de Nezahualcóyotl. «Son muy mala onda. Eso de robar público está mal». Alguien le pregunta entonces si se siente en forma para la despedida. Ella solo levanta los hombros. «¿Y King? ¿Él está listo para su debut? ¿No temes que le puedan pegar fuerte?»

    Esther y King Moreno / Foto: Cortesía del autor

    ***

    «Coooooooooooooomenzamoooooooos», dice el presentador, vestido con un esmoquin gastado, desde el centro del ring.

    «Venido directamente del espacio sideral…. ¡Reeeeyyyyyyyyyy Eclipse!», grita, y sale a la pasarela un enmascarado vestido de negro y plateado.

    «Dispuesto a derrotar a todos sus contrincantes… ¡Démosle una bienvenida a Eeeeeeeescaaaaaapulario!», y ahora lo hace un tipo musculoso de antifaz, vestido con unos calzones y unas botas altas, que saluda al público.

    «Y ahora, el tercer y último luchador de este combate… ¡Uuuuuuuultra!», y aparece un chico con el rostro descubierto, vestido con pantalones y una ancha chaqueta de cuero.

    Los tres gladiadores se van a las esquinas del cuadrilátero, mientras el árbitro, un hombre gordo y calvo, vestido con una camisa de rayas blancas y negras, les susurra las reglas del encuentro. Suena la campana y los rivales se encuentran en el centro del ring. Empieza el entrante de la noche, la Lucha Triangular, una pelea de tres en la que cada cual va por su cuenta.

    Escapulario y Rey Eclipse contra Ultra / Foto: Cortesía del autor

    ¡Dale putazos, Ultra, dale putazos! Pinche Ultra, qué cara de loco tienes. De punk, de guasón, de paciente de manicomio. ¡Pero pégale, PÉ-GA-LE! ¡Ay, no! Te van a desfigurar la jeta, cabrón. Escapulario está más mamado que tú, flaco desnutrido. Te va a partir la madre. Uy, eso me dolió hasta a mí. Levántate. Buen golpe. Así, uno, dos, tres. No te olvides del pinche Rey Eclipse, que te está cazando. ¡Venga! Qué putazo, flaco, qué putazo. ¡Bien por ti! No te fíes del Escapulario, que es un rudo. Déjalo en la lona, que se levante solo. ¡Ayyyy, te lo dije! Por buenazo vas a largar esa dentadura tuya de caballo. Uffff, no quiero ver esto. Es una pinche masacre. Vas a salir con los huesos rotos si sigues así, haciendo el pendejo. ¡Te dije que te cuidaras de Rey Eclipse y no confiaras en Escapulario! Aprovecha ahora. Escapulario es menso, pesado, una mole bruta de músculo. Tú eres ágil. ¡Ahí, échale, Ultra! Nonononononono. ¡Mierda! ¡Quítense, cabrones, quítense

    Un golpe fallido de Ultra le ha dejado vulnerable al ataque de Escapulario, quien lo levanta sobre su cabeza y lo lanza por encima de las cuerdas. La gente se aparta de sus asientos y Ultra cae estrepitosamente sobre las sillas. ¡Patapum! Hace por recuperar el sentido. No parece tener ningún hueso roto…

    No hay que ser muy perspicaz para entender que todo es una farsa ensayada, puro circo. Las patadas imposibles sobre el cuadrilátero no son más que piruetas de acróbatas que el rival espera pacientemente, para luego caer de la forma más dramática y aparatosa posible. Los puñetazos suenan como choque de camiones, sí, pero justo porque no son puñetazos, sino golpes rápidos y secos con la palma abierta. El dolor es tan histriónico como en una puesta en escena isabelina, y las caídas, incluso la de Ultra, son calculadas con precisión para evitar daños mayores. En este tipo de combates las lesiones son solo eso: errores de cálculo. Sin embargo, la gente vive esta representación como si asistieran a un duelo real, como si allí arriba unos tipos se hubiesen jurado odio eterno. El público grita, elogia, ofende, y la credulidad entonces se vuelve contagiosa, hasta alcanzar al más escéptico de los espectadores. La pelea, al final, es un morboso autoengaño donde todos quieren creer, aunque sea por unos minutos, que es posible morir en el cuadrilátero.

    Escapulario se fotografía con un seguidor / Foto: Cortesía del autor

    ¡Échale ganas, flaco! ¿Eres hombre o cucaracha, eh? ¿Hombre o cucaracha? Párteles sus madres a esos dos cabrones. Levántate, Ultra. Así, quítate la chaqueta. Ponte loco, loco, loco. Madrea a esos culeros, cobra tu venganza. Deja de ser técnico y ponte rudo, como ellos. A la verga las reglas, Ultra, a la verga. Bien hecho. ¡A huevo, Ultra, aunque tengas cuerpo de perro mal comido! Arriba, sobre las cuerdas. Ve directo al cuello. Así, párteselo, párteselo. Boxea. Los tienes a tantito de caer. Pégale. Pégale otra vez. Sí, Ultra, queremos que les pegues una más. Vamos. ¡Otra, otra, otra! Noooo. Sal del medio gordo culero. ¿Quién te pidió opinión, pinche árbitro pelón? ¡Chinga a tu madre, gordo pendejo! Déjalo ganar. Culeeeeero, culeeeeero. Arriba, a gritarle todos: culeeeeero, culeeeeero. Dale putazos al gordo también, Ultra. Para la próxima va a ser árbitro la chingada de su madre. Ahora pégale a Rey Eclipse. Ja. Fuera de combate. Al otro, ahorita, al otro. En las costillas. Una más yyyyyy… ¡al suelo, pendejo! ¡Qué grande eres, Ultra, qué grande eres!

    Ultra es declarado campeón. Lo festeja subido sobre las cuerdas. Lanza besos al público y con los brazos abiertos acepta los aplausos. Los derrotados fingen enojo y piden una revancha, pero el vencedor los ignora. Una lluvia de monedas cae sobre el ring. La pelea fue un éxito y esta propina es la manera en que la afición la agradece. A gatas, los tres luchadores las recogen con prisa para después echarlas en un vaso desechable y luego, en el vestidor, repartírsela a partes iguales. Es tiempo ahora de compartir con los fanáticos, de posar con los músculos contraídos y mostrar los dientes, de las fotos con niños sobre las espaldas y de los autógrafos en máscaras y camisetas que decenas de manos les extienden. Para la gente es también la hora de volver a beber, de chupar, de castigar al hígado. Fin de la escena. Sobre la lona no ha caído ni una gota de sangre.

    Ultra, triunfante, saluda al público / Foto: Cortesía del autor

    ***

    Cuentan que, hace 60 años, dos jóvenes se aparecieron en el páramo cenagoso de Nezahualcóyotl con la intención de hacer fortuna. Ninguno poseía más de lo que llevaba encima, pero estaban convencidos de que aquel sitio sin avenidas ni alcantarillado, hecho de lodo y de los residuos de la capital, era idóneo para crear una familia. Don Alfonso Moreno era entonces un muchacho rudo y empecinado, cuya impresionante musculatura había sido tallada a golpe de trabajar sin descanso como albañil y soldador. Por su parte, Doña Esther León de Moreno, conocida como La Güerita, era una muchacha viva, resolutiva y dotada de una astucia singular que le permitía resolver cualquier problema sin mucho esfuerzo.

    En aquel momento ni siquiera tenían una casa. Don Alfonso compró un terreno baldío que debía pagar a plazos, pero la difícil situación de la pareja hizo que en ocasiones se retrasara en la entrega del dinero. Varias veces llegaron los deudores, dispuestos a expulsarlos, pero Doña Esther los encaraba y, quién sabe cómo, les convencía de retrasar la fecha del pago. Nunca lograron sacarlos y, un buen día, se hicieron con la propiedad de aquel espacio inhóspito.

    Una arena de lucha libre fue la gran idea que tuvo Don Alfonso para su nueva adquisición, sin imaginar que acababa de fundar una tradición familiar que alcanzaría a las siguientes dos generaciones. No era necesario comenzar con lujos, pues el público inicial serían aquellos pobres diablos que, como ellos, comenzaban a habitar aquella tierra de nadie al oriente del DF. Los luchadores vendrían de cualquier lugar, y si no alcanzaban para dar un buen espectáculo, pues él asumiría el reto. Así nació el Acorazado Moreno.

    Después llegaron los hijos: Rossy, Esther, Alda, Cinthia y Noé, el único varón. Juntos levantaron una casa con paredes de láminas de metal, como la mayoría de los hogares en el recién poblado municipio, y al aire libre destinaron un espacio para el cuadrilátero. Don Alfonso decidió bautizar su precario negocio como Arena Azteza Budokan, un nombre que fusionaba perfectamente su orgullo mexicano con su pasión por las artes marciales japonesas que, desde las olimpiadas de 1964, tenían en Tokio un impresionante coliseo: el Nippon Budokan.

    Todo marchaba bien, excepto en los días de lluvia, cuando la tierra se volvía lodo y gladiadores y público terminaban empapados de agua y fango. Los hijos de Don Alfonso y Doña Esther ayudaron al crecimiento del negocio repartiendo los programas del show y vendiéndole a la afición refrescos y tortas. También cargaron bloques, aprendieron a soldar y así, en unos pocos años, levantaron las paredes y el techo. Las mejoras atrajeron a luchadores famosos y la Arena Azteca Budokan se volvió parte del circuito de lucha libre mexicana. Allí peleó Rayo de Jalisco, que fue el mejor luchador de 1963 y el compañero de equipo del legendario Blue Demon. Incluso el mítico El Santo, quien jamás fue desenmascarado en combate, lució su máscara de plata en el feudo de los Moreno.

    Para aumentar la nómina de luchadores, el matrimonio Moreno decidió incluir a sus hijos en el show, haciéndolos debutar en improvisados torneos para menores. Primero fue Rossy, la primogénita, a quien Don Alfonso enseñó que hacer piruetas y pelearse a puño limpio es mucho más entretenido que jugar a las muñecas. Esther y Alda fueron las siguientes, bajo los sobrenombres de Chiquita y Pequeña Azteca. Luego lo hicieron Cinthia y Noé. De todas, Cinthia era la única que no estaba muy convencida. Quería estudiar derecho, algo que no le agradaba mucho a su padre. Don Alfonso intentó que desistiera, hasta que descubrió un argumento razonable para hacerla entrar en el negocio familiar. «Como luchadora vas a viajar el mundo entero», le dijo. Y no le faltó razón.

    Los cinco hijos del matrimonio Moreno pelearon durante los siguientes años en arenas internacionales. Sin embargo, fue Esther quien más éxitos cosechó fuera de México. Desde los 17 años y hasta los 31 vivió en Japón, donde destacó en diversos clubs de lucha femenina, haciendo siempre de gladiadora exótica, venida de la indomable tierra azteca, a veces ataviada con un colorido tocado de plumas.

    Don Alfonso murió en 1999. Doña Esther y Rossy asumieron entonces el mando de la Arena Azteca Budokan y de la dinastía Moreno que, como es normal en este universo, no tardó en mezclarse con otras dinastías y legados. La misma Rossy estuvo casada durante 13 años con Dr. Wagner Jr., del legado Wagner. De este matrimonio nacería Hijo de Dr. Wagner Jr., uno de los luchadores jóvenes más exitosos de México. Las lesiones y los años hicieron que todos los hermanos terminaran por retirarse. Para entonces, solo Noé, El Oriental, había garantizado un relevo al aceptar como pupilo a Oriental Jr., quien, a su vez, incorporó a Mini Oriental.

    En septiembre de 2021, el linaje sanguíneo de los Moreno se tambaleaba. Fue entonces que, sorpresivamente, Esther anunció su fugaz regreso, como cerrando una era de la dinastía para abrir otra: la de King.

    ***

    Cuando desfilaron los invitados, puta, que se enardeció la gente. Aunque me quedé con ganas de ver a Orión, el gigante de 2,20 metros y más de 200 kilogramos que prometieron. Tú debiste verlos en el vestuario, pero aquí afuera, dividiéndose en latinoamericanos y extranjeros, sacando las garras como pumas acorralados, con los dientes afuera, unos frente a otros… era otra cosa, otra cosa. Hervía la sangre. La gente se volvió loca cuando apareció el español, Leo Cristiani, con un morrión y un látigo, como si el pendejo fuese el mismísimo Hernán Cortés. Nos empinaba el culo a todos el conquistadorcito de mierda, y le gritaron «Chinga a tu madre, la de vergazos que te daremos, pendejo. Así le vamos a hacer tu madre». Y luego Comando Negro, con la bandera nacional en la cara, gritó un «¡Viva México!», y todos respondieron y el DJ soltó una ranchera. Muy inmersivo todo. Estuvo muy chida esa parte del show.

    Candiense vs Relámpago / Foto: Cortesía del autor

    La pelea de Relámpago y Relampaguito contra ese par de güeritos canadienses culeros estuvo de miedo. El canadiense más alto era rápido y se bailó a Relampaguito con facilidad. Relámpago intentó salvarlo, pero el árbitro no le permitía volver al cuadrilátero. ¡Pinches árbitros, siempre jodiendo! Pero me salto todo, que se puso un poco monótono, hasta la parte en que se invirtió la cosa y Relampaguito, chaparro así como es, sacó de las cuerdas al otro canadiense y madreó al güero alto hasta dejarlo en el suelo. Hijo de su padre, je. Después se subió sobre los hombros de Relámpago para rematar saltándole encima al cabrón, que se hacía el moribundo el muy transa. Relampaguito de menso encaramándose y el güero preparando el ataque. Fue un movimiento rápido, de lince. Nomás se puso en pie de un salto y estirando el brazo le arrancó la máscara a Relámpago. Ahí se acabó. Relámpago se fue a una esquina, humillado, cubriéndose la cara con las manos, y atrás fue Relampaguito, que se quitó la camiseta y se la dio para que nadie le identificara. Menos mal que tú, que no quieres usar máscara, te libras de una vergüenza así. ¿El güero? Pues el muy culero mostró la máscara como si llevara una cabeza cortada en la mano, así, como trofeo. Ah, pero la gente no le dio el gusto y siguió gritando «Relámpago, Relámpago» y «Viva México» porque, ya sabes, a esas horas todos son más mexicanos que el mole.

    Krazy Star posa para fotógrafo / Foto: Cortesía del autor

    Muy buena la pelea de las mujeres. Pensé que Krazy Star conservaría el título, pero ni modo frente a la pelirroja canadiense aquella, la Liiza Hall, que es dura de pelar. Todas estuvieron bien. Se madrearon unas a otras de lo lindo. Reyna del Sur, muy veterana ella, se lució. Pero Miku y Krazy Star se me hicieron flojas hoy, carajo. Y la gente le gritaba «¡Échenle, zorras!», pero no despertaron. Ni porque Krazy Star fue alumna de tus tías Rossy y Cinthia. En fin, nada, que ganó la chilenita, Estephanie, y merecido que fue.

    Reyna del Sur derrotada / Foto: Cortesía del autor

    Güey, lo de ustedes fue épico. ¿No sentiste como el público los aplaudió como loco, sobre todo cuando dijeron el nombre de tu vieja? Imagino que se emocionó mucho. Esther es la neta, King, la neta. Tú tampoco te quedas atrás, eh, que tenías a unas morritas enamoradas en primera fila que se la pasaron «Dale duro, King», «Cuidado, King», «Bravo, King». Aunque una observación, chamaco: te dejaste agarrar a lo tonto desde el principio. ¿Cómo vas a dejar que haga eso Vikingo Jr, que es más chavito que tú, güey? Si él te agarra, obvio que atrás vendrá Mini Vikingo a pegarte, y ese sí está más mamado. Seguro que se te subieron los huevos cuando te arrinconaron y madrearon duro. Pero bueno, no fue solo tu culpa. A todos los Moreno, incluso Oriental Jr. y Mini Oriental, los sacaron del ring a putazos. No manches, el Vikingo es muy bueno y veterano y todo lo que quieras, pero el mero mero fue Mini Vikingo. Ese güey era algo así como la tropa de apoyo de su dinastía, que fue algo que a ustedes les faltó en un inicio. Ya sabes, un comodín que complementara los agarres con chingadazos, uno que estuviera chingue y chingue por todos los flancos.

    ¿Tu jefa? Se lució. Muy dura Esther, que no le importó batirse lo mismo con Sarah, la Hija del Vikingo, que con el mismísimo Vikingo. Casi suelta el cuero cabelludo a manos de esas bestias. Pero bueno, lo importante es que ustedes remontaron, y de no ser por ese pinche árbitro, les hubiesen concedido el primer asalto. Eso sí, para la próxima disimula un poco, cabrón, que hubo una en que te aflojaron par de catorrazos y parecía que te estaban haciendo meras cosquillas. ¡Qué chafa! Por suerte te limpiaste cargándote a Mini Vikingo, aunque te costó. De nada Esther tiene que ir a socorrerte antes de dejar fuera de combate a Sarah. Lo hiciste bien al final. Era obvio. El que con lobos anda, a aullar enseña, ¿no?

    Ya lo sabía que los Moreno no pueden perder en su feudo. Y muy bonito el gesto de los Vikingos de, aún derrotados, homenajear a Esther, y más lindas todavía las palabras de tu jefa. Un discurso muy chingón, la verdad, agradeciéndole a Dios y a la afición y esas cosas, y todos gritando «Esther, Esther». Estabas muy humilde ahí, chamaco, cuando te presentó. Pero este es el inicio. Enhorabuena, King. Toda la suerte del mundo.

    King a punto de saltar contra un rival / Foto: Cortesía del autor
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    Darío Alejandro Alemán
    Darío Alejandro Alemán
    Nació en La Habana en 1994. Periodista y editor. Ha colaborado en varios medios nacionales e internacionales.
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    Víktor Lvóvich Korchnói fue uno de los más fuertes...

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