Genio y figura: Eduardo Corzo, convencional y recatado

    Eduardo Corzo (La Habana, 1961) es compositor, arreglista, pianista y clarinetista. Hijo de Benigno Gregorio Corzo Lizaso, fundador de la Orquesta Sinfónica Nacional (de la cual fue violinista, habiendo tocado antes con la orquesta de José Urfé y la Orquesta Filarmónica de La Habana), Eduardo tuvo una formación musical extraescolar. Cuando se graduó de clarinete en el Conservatorio Ignacio Cervantes de La Habana, en 1988, ya había recibido clases particulares de solfeo, guitarra, armonía, piano, clarinete y composición con diversos profesores amigos de su padre, e incluso con familiares que visitaban regularmente su casa. De hecho, su paso por el Conservatorio se debió más a la necesidad de poseer un título que avalara su trabajo, requisito para acceder a algunos puestos, que al interés académico. Para entonces ya había abandonado, en el último año, una carrera pedagógica en la universidad y se dedicaba por entero a la música, componiendo y arreglando temas musicales para la televisión.

    En Cuba, Eduardo Corzo fue director musical del Conjunto Nacional de Espectáculos. En los años noventa se trasladó a México, donde también trabajó como compositor y arreglista para la televisión. En 1999, emigró a Estados Unidos, donde ha tocado con múltiples artistas y bandas, tanto locales como internacionales. Desde 2014 dirige, compone y toca el piano en la banda californiana The Cuband, de la cual es fundador.

    Residente en San Francisco, California, donde además enseña clarinete y piano en el San Francisco Community Music Center, Eduardo Corzo es reconocido como «un artista con una visión amplia, interesado en géneros y estilos diferentes al suyo, y cuya formación incluye una mezcla de todo, desde partitas de Bach hasta sonidos afrocubanos, así como música de otras partes del mundo».

    Corzo respondió a través de mensajes en Facebook las siguientes preguntas para esta serie «Genio y Figura».

    MAC: Siendo hijo de músico, supongo que tuvieras una idea un poco más clara de los escenarios y de la importancia del vestuario para la relación de los músicos con el público. ¿Concebiste un estilo para Eduardo Corzo cuando comenzaste tu carrera musical?

    EC: Fíjate que sí tenía clara la importancia de ello, pero no fui un seguidor de la doctrina. Si bien es cierto que para mí lo más normal del mundo era ver a mi padre «de traje» cada fin de semana (hasta que se retiró, a finales de los años ochenta), yo nunca he sido muy fan del tema.

    Para empezar, él siempre se dedicó a la llamada música clásica. Y yo siempre hice música popular. Dos escenarios totalmente opuestos en cuanto a proyección visual. Nunca pensé crearme una imagen o estilo a través del escenario o la música. Sí estoy consciente de esa responsabilidad, pero soy bastante casual, y cuando hago mi trabajo busco la neutralidad en mi vestuario.

    Voy a hacer música, no a modelar. Al menos, espero que el público piense así. Y me visto como quiero, sin buscar atención al respecto. La etiqueta y la formalidad me espantan tanto como la estridencia y «la carroza».  

    Luego, también pasa que la vida de un músico puede transcurrir en diversos escenarios. Yo he tocado en clubes, bodas, festivales, grabaciones, películas, bandas militares, iglesias, fiestas, teatros, estadios, funerales, televisión, etc. Y en cada uno de esos escenarios tienes una circunstancia diferente, y te vistes más o menos acorde a esa circunstancia.

    En mi caso, siento que la música me llevó al escenario. Y el escenario luego me embrolló en esta responsabilidad de manifestar cierta estética con mi apariencia. Pero te confieso que no, nunca pensé en un estilo o vestuario para presentarme a realizar mi música.

    Eduardo Corzo / Foto: Cortesía del entrevistado
    Eduardo Corzo / Foto: Cortesía del entrevistado

    ¿Recibiste clases de vestuario escenográfico como parte de tu preparación académica, o algún tipo de ayuda o consejo de tu padre?

    No. 

    ¿En qué músico o artista te has inspirado para construir tu estilo de vestir?

    En ninguno. Yo me visto como me siento. Y, en honor a la verdad, es lo que menos me preocupa a la hora de tocar, porque sé que mi respuesta es manejar con cierta neutralidad ese parecer estético, o esa apariencia física.

    ¿Ha cambiado tu fuente de inspiración con los años?

    No mucho.

    ¿Dónde fueron tus primeras presentaciones escénicas, y con qué agrupación(es) tocaste?

    Mis primeras presentaciones fueron en los escenarios de la escuela. Era adolescente y tocaba en distintos grupos aficionados y acompañaba a cantantes en los festivales estudiantiles. Luego, en mi periodo universitario integré —entre otros— un grupo musical del que también formaban parte Gema Corredera, Beatriz Valdés, Oscar Autié y Adriana Bertarelli, remanente del taller infantil que por años dirigió la profesora Leopoldina Núñez en Teatro Estudio, y las constantes presentaciones con ellos me fueron enfrentando al escenario, y cada vez más al escenario profesional.

    A principio de los ochenta, el director de televisión Juan Vilar (padre de Juan Pin) decidió lanzarse en un novedoso y juvenil proyecto del que tuve el honor de formar parte como compositor y arreglista: las telenovelas El tiempo joven no muere y La Acera del Louvre. De ahí salté a tocar clarinete en la Banda de la Marina, para lo cual había que vestirse de completo uniforme. Insoportable con el calor de Cuba. Luego continué un tiempo escribiendo música y trabajando en diversos proyectos para radio, cine, teatro y televisión, hasta que entré a trabajar con Virulo en el Conjunto Nacional de Espectáculos.  

    ¿Recuerdas qué ropa te pusiste la primera vez que te presentaste en un escenario y en la televisión?

    La primera vez que me presenté en un escenario lo hice en la escuela, con aquel uniforme azul de las ESBEC [Escuelas Secundarias Básicas en el Campo], pues tanto la secundaria como el preuniversitario los hice becado en el campo.

    Y en la televisión no recuerdo. Tampoco hice mucha televisión, y cuando la hice fue acompañando a algún cantante o tocando con algún grupo.

    ¿Estabas satisfecho con la ropa que usabas para salir a escena, o hubieras querido vestirte de otra manera?

    Me hubiera gustado la posibilidad de más opciones en el orden personal. Pero la escena —como te dije anteriormente— está inmersa en una circunstancia. Y a ella te debes.

    ¿Alguna vez fuiste censurado o recibiste alguna advertencia o amonestación relacionada con la manera de vestirte para presentarte en los escenarios o la televisión cubanos?

    No, nunca.

    ¿Cuánto y cómo se diferenciaba la ropa que usabas para salir a escena de la ropa que usabas a diario? Y, dentro de la primera, ¿cómo hacías para comunicar con el vestuario la diferencia de géneros o estilos musicales a los que te aproximaste?

    Si no había un vestuario «dirigido», es decir, determinado por el evento, usaba más o menos la misma ropa.

    ¿Cómo se gestionaba el vestuario de orquestas como la Sinfónica Nacional?

    Según tengo entendido, la Orquesta Sinfónica, que era dirigida en aquel momento desde el Consejo Nacional de Cultura, contaba con una asignación de trajes y ropa para los músicos. Y recuerdo que en el closet de mi padre había no menos de cinco o seis trajes colgados todo el tiempo. Así como muchas corbatas y camisas blancas. No sé con qué frecuencia hacían ese surtido, pero igual tenían asignaciones de cuerdas, cañas y demás accesorios para los instrumentistas de la Orquesta.

    ¿Según tu experiencia, cómo era la relación de los músicos con la moda socialista que se comercializaba en Cuba?

    Bastante ríspida. Y no por gusto. Aquello yo lo veía como un campo minado, porque ante la carencia y la monotonía de mercancías y diseños en el mercado oficial, cualquier cosa proveniente «de afuera» podía resultar un espejismo. Y se podía ir de lo sublime a lo ridículo en un santiamén. No olvides que el «bolo» [la estética soviética] estaba que daba al pecho.

    Recuerdo que, en una gira de la Sinfónica por algunos países del entonces campo socialista, mi papá compró en Yugoslavia unos tenis que, a decir verdad, yo no sé si los sacó de un circo o de un museo, porque estaban feos… con ganas. Ese día que él salió de compras parece que dejó el sentido de la estética en el hotel, y se fue solo. O le hizo daño el vodka, necesario para enfrentar el frío europeo. Pero, fíjate como estaban [de feos], que de regreso a Cuba los jodedores de la Sinfónica estuvieron un buen tiempo dando cuero en las reuniones de la Orquesta y del sindicato, amenazando a quien cometiera cualquier indisciplina con ponerle los tenis de Corzo.

    Pasaba, además, que la gente compraba la tela que vendían (por metros) en las tiendas cubanas, y se hacían lo que más necesitaban. Te encontrabas entonces la tela en la camisa de Néstor, en el mantel en casa de Chela, en unas cortinas en mi casa, o en un short de playa.

    ¿Comprabas en el mercado paralelo o mercado libre estatal?

    Bueno, en Cuba hay que comprar donde aparezca.

    ¿Y en el mercado negro?

    Algo también.

    ¿Qué comprabas en el mercado negro?

    En el mercado negro… compraba lo que aparecía. Cualquier cosa. Aunque tampoco fue mucho. Cualquier cosa que sirviera y estuviera acorde a ciertos criterios estéticos. Un pulovercito, un jeans, unos tenis, una camisita, etc.

    Recuerdo que en mi época de joven estaban de moda los famosos zafaris, que daban miedo.

    Juan Pin Vilar, Eduardo Corzo, Carlos Varela, Santiago Feliú y Oriente López. 1984 / Foto: Tomada de Facebook
    Juan Pin Vilar, Eduardo Corzo, Carlos Varela, Santiago Feliú y Oriente López. 1984 / Foto: Tomada de Facebook

    ¿Tenías familia en el extranjero? ¿Tenías relación con ellos? ¿Recibías ropa de tus familiares en el extranjero?

    Digamos que resolvía con un poquito de todo eso: extranjeros amigos de mis padres, algún familiar «afuera», un viaje de la Sinfónica, algo que aparecía por la calle… También recuerdo que mi padre me llevaba donde Manuel, un sastre del barrio (creo que era bongosero de[l conjunto] Los Bocucos), cuando aparecía alguna telita potable para hacerme alguna ropa.

    ¿Tuviste algún problema o sufriste algún tipo de castigo o represalia por eso?

    No.

    ¿Cuándo fue la primera vez que viajaste al extranjero?

    En Agosto de 1988. A México, con Virulo.

    ¿Qué impacto tuvieron las giras internacionales en tu manera de vestir, tanto cotidiana como artística?

    Bueno, las giras internacionales te dan la oportunidad de encontrar eso que te decía: opciones. Puedes estar más cerca de tus gustos, preferencias, colores, etc. Hasta entonces me había tocado «el pueblo uniformado». O inventarla, tal y como hacía. Y «chea» que se partía.    

    ¿Antes de salir de gira, compraste en las llamadas tiendas de habilitación, donde los cubanos que viajaban al extranjero por motivos de trabajo podían adquirir ciertas prendas de ropa?

    Sí. Me tocó esa tienda en Centro Habana, creo que en la calle Galiano, asignada a los que viajaban. Pero no recuerdo haberme favorecido mucho con la oferta, bastante flojita, aunque para la época pareciera el esplendor.

    ¿Una vez que comenzaste a viajar, continuaste comprando la ropa que el gobierno vendía en las tiendas del mercado racionado, la ropa regulada mediante la libreta de racionamiento?

    No.  

    ¿Qué es lo más loco o excéntrico que te has puesto para tocar?

    He cometido algunos delitos en ese frente… (jajaja).

    Uno fue en la ópera-son Génesis, de Virulo (mi primer trabajo con el Conjunto Nacional de Espectáculos), en la que me tocó actuar y tocar disfrazado de jeque árabe. Era una obra en que los músicos y la música se integraban al espectáculo. Y, bueno, teatro al fin, la dejas pasar. Pero ni de chiste se me ocurre vestir nada estrafalario o incómodo en el escenario.

    Y el segundo: unas «guaracheras» que tuve que encasquetarme en los brazos mientras tocaba como extra en la filmación de una película en México.

    ¿Cómo definirías el estilo de Eduardo Corzo?

    Me gusta vestir casual. Trato de resolver con frugalidad y minimalismo mi carencia de audacia en el vestir. Muchos artistas disfrutan y explotan esa arista, pero —te soy honesto—, soy muy convencional y recatado con mi apariencia. No me gusta llamar la atención, y detesto la excentricidad en el vestir.

    Lo curioso es que lo detesto para mí, no para los demás, pues imagínate cuántos amigos tengo en este bisne de la música y los escenarios que se visten como «carrozas». Y me encanta que lo hagan.

    Así que, si tuviera que definirme, lo haría por lo informal y lo cómodo. Siempre busco un balance tendiente a ello. Entre nos, si el vestir fuera una materia evaluativa, yo aprobaba el examen «raspando». Con el mínimo.

    ¿Pudiste alguna vez vestirte como Eduardo Corzo en Cuba?

    Por lo menos lo intenté. Con los recursos que tuve.

    ¿Cómo ha cambiado tu estilo de vestir desde que vives fuera de Cuba?

    Aunque vivir fuera de Cuba te cambia todo —desde el pensar hasta el vestir—, mi cotidianidad no abandona la sencillez del jeans y los [tenis] Converse. Así que, conceptualmente, no ha cambiado mucho.

    Por supuesto, el habitar otras geografías y climas te obliga a reaprender a vestirte, y a echar mano de recursos que antes ni soñabas usar, como bufandas, sobretodos, gorros, etc. En los más de 20 años que llevo en Estados Unidos he vivido en Kansas, Denver, Chicago, Los Angeles, San Pedro, Long Beach y, ahora, San Francisco. Así que he tenido un amplio y diverso hábitat en lo referente a temperatura ambiental, que al final es lo que decide.

    De modo que —por ejemplo— compro los jeans «franelados» por dentro, para poder atravesar los otoños e inviernos que nos tocan. No los abandono.

    ¿Cómo crees que se vestirá Eduardo Corzo dentro de diez años?

    No muy diferente de cómo me visto hoy. Enhuesado en unos jeans y [tenis] Converse ando feliz.

    Eduardo Corzo en San Francisco / Foto: Cortesía del entrevistado
    Eduardo Corzo en San Francisco / Foto: Cortesía del entrevistado
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