El privilegio de llegar con retraso a un vuelo de avión

    Destino (18.05.2018)

    Señor, disculpe, no podemos hacer nada por usted –dijo la mujer y le devolvió, por debajo del cristal, el boleto de avión.

    La memoria de Armando Fuentes se extravía, o encalla, en el acto inútil de recuperar el billete. En el instante del estruendo.

    No sabría describirte el sonido, nunca había escuchado algo así. Solo te puedo decir que el piso se movió y empezó la locura –y ahora los recuerdos de Armando también estallan, se disparan como esquirlas.

    Tras la explosión, la mujer que le había dicho por el cristal que era un irresponsable y le había informado, tranquilamente, que el Boeing 737-200 ya estaba despegando en la pista de la terminal 1 del Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana, salió corriendo de su casetilla.

    Armando se dio la vuelta y percibió el alboroto general antes de que alguien lo arrollara y lo lanzara al suelo. Alcanzó a ver que un joven aduanero, con un extintor en las manos, le pedía disculpas sin detenerse.

    El salón se volvió un avispero. Gente que corría hacia cualquier sitio, que se llevaba las manos a la cabeza y que gritaba: “¡Ay por dios, ay por dios, se cayó!”.

    Cuando se puso de pie, Armando aún no sabía a ciencia cierta qué había sucedido. El tumulto en la puerta le impedía averiguar por sí mismo qué había sido aquel estallido. Recogió del piso su maletín de mano y se alejó sin premura.

    Un tipo decía: “Ese es el Habana-Holguín”. Y otro contestaba: “Se mataron, hermano, ahí no va a quedar nadie”. Fue lo primero que escuchó al salir de la terminal.

    A dos kilómetros de allí, una columna de humo se elevaba hacia el cielo gris. Armando escuchó las primeras sirenas y vio pasar raudo un camión de bomberos. Después siguieron decenas de ambulancias, patrullas policiales y carros de Rescate y Salvamento.

    Me quedé en blanco, no sabía qué hacer. La gente se acercaba al lugar donde cayó el avión para ayudar, o por chisme, pero yo no podía moverme. Yo debería de haber estado hecho cenizas en ese momento, y quiero pensar que por alguna razón divina estaba vivito y coleando –dice Armando.

    Una hora más tarde seguía en el parqueo de la terminal 1. Armando, sentado en un quicio, miraba al vacío. Luego se dirigió a donde estaban todos.

    El Boeing 737-200 –arrendado por Cubana de Aviación a la aerolínea mexicana Damohj– se estrelló el viernes 18 de mayo, con 111 personas a bordo, sobre un terreno de cultivos agrícolas. Luego de 10 días, solo una de tres sobrevivientes iniciales permanece con vida, hospitalizada.

    Las autoridades cercaron inmediatamente el área del siniestro. Armando no pudo pasar de la línea del tren vecina. Desde allí solo veía un velo de humo del que emergían vertiginosas ambulancias.

    ¿Hay muertos? –preguntó a alguien.

    Puro, no se sabe todavía, pero eso está feo, es muy difícil que alguien se salve de eso ­–respondió un joven que filmaba la catástrofe a distancia.

    Armando dio media vuelta y se largó. Caminó sin destino hasta que divisó un teléfono público.

    Llamé a Tito, mi mejor amigo. Le pregunté dónde estaba y si tenía ron. Le advertí que iba para su casa porque yo estaba vivo –dice.

    Hombre

    Foto: Abraham Jiménez Enoa
    Foto: Abraham Jiménez Enoa

    Armando Fuentes, 76 años, es un obrero jubilado de la industria deportiva. Vive solo en un apartamento de la calle Perseverancia, en Centro Habana. Tiene dos hijos y es viudo desde hace dos años y medio.

    No juega a la lotería (“La Bolita”) pero sabe de memoria qué significa cada número del uno al 100. Cree que la vida es artimética: la suma de buenas acciones más un poquito de suerte.

    Tiene una sonrisa limpia y habla pausado. Es un gran conocedor del béisbol profesional cubano antes de 1959. Las tardes de sábado y domingo son para ver los juegos de categorías infantiles en la Ciudad Deportiva. Dice que no hay nada más puro que un niño empuñando un bate, intentando pegarle a la bola.

    Sus manos están llenas de callos, pero Armando -sostiene- es un hombre que sueña. Antes iba todos los días al Cerro a zurcir guantes de piel y pelotas de béisbol en los inmensos talleres de la Industria Deportiva.

    Ahora es custodio. Cada 48 horas, en las noches, Armando cuida autos, motos y bicitaxis en un parqueo al aire libre. Allí tiene su caseta. En las horas muertas de la madrugada lee los libros que le manda su hermano menor desde Holguín. “Para que el tiempo pase”.

    Su hermano trabaja en una editorial holguinera cuyo nombre Armando no recuerda.

    A principios de abril, la única sobrina de Armando llamó por teléfono. Su madre había fallecido y ella temía que la soledad terminara también con su padre. Le pidió entonces que viajara a Holguín.

    Hace más de 10 años que Armando no visita aquella ciudad (nororiente de Cuba); el mismo tiempo hace que no monta en avión.

    Flashback (06.04.2018)

    Aquella tarde estuvo a punto de desmayarse. Venía empapado en sudor y cuando entró en la oficina de Cubana de Aviación lo golpeó el aire acondicionado.

    Pidió un poco de agua. Una de las empleadas de la aerolínea se la trajo y pronto se recuperó.

    La cola tardó cerca de tres horas. Y cuando llegó su turno, le dijeron a través de la ventanilla:

    Quedan cinco pasajes para el día 18 de mayo, pero le voy a hablar claro: Cubana está mandando a la gente en guaguas porque no hay aviones disponibles, así que no se haga muchas ilusiones.

    Armando no prestó demasiada atención al asunto. Compró su boleto y se fue a casa.

    Percances (18.05.2018)

    Todavía hoy no entiendo nada. Fue como si yo hubiese querido cambiar las cosas, pero ya todo estaba escrito –comenta Armando.

    El día anterior Tito le confirmó que a las 9:30 am llegaría a su casa en su Ford de 1955 para llevarlo al aeropuerto. El vuelo partía a las 12:00, pero ya eran las 10:20 am y Tito no había llegado. Estaba desesperado.

    El nerviosismo le provocó otra revoltura en el estómago. Y por eso cuando llegó Tito y se disculpó, tampoco pudieron partir. Armando tuvo que ir al baño.

    Ese día, desde que abrí los ojos, no dejaron de pasarme cosas raras –dice.

    Cerca de las 11:00 am salieron y, en la intersección de las calles Reina y Galeano, la goma trasera derecha del Ford se ponchó. Tito, que no tenía repuesto, se quedó en esos menesteres. Armando, contra reloj, tomó la mala decisión de montarse en la ruta P12.

    A mitad del trayecto supo que ya no llegaría a tiempo. El ómnibus articulado avanzaba lentamente y se detenía en exceso en cada parada.

    No estaba para mí, así de simple, no estaba para mí –insiste.

    Se apeó del ómnibus y, sabiéndose sin opciones de volar a Holguín, enfiló hacia el aeropuerto.

    Presagio (18.05.2018)

    Cuenta Armando que, al despertar, no recordaba haber soñado. Abrió los ojos en la oscuridad y sintió la lluvia contra la ventana de madera.

    Sudaba sin parar y las sábanas estaban húmedas. El dolor de estómago del día anterior no se había extinguido del todo. Antes de ir al baño, fue a la cocina por un vaso de agua. Tenía los labios y la garganta secos.

    Luego, en el retrete, supo que sí había estado soñando. Él, Armando Fuentes, vestido de azul, sobre el montículo del Estadio Latinoamericano de La Habana. Era el pitcher de los Industriales y se enfrentaba a Santiago. Las gradas estaban vacías y tal vez el silencio lo ponía un tanto nervioso.

    No había nadie allí para ver a Armando lucir el dorsal 92. El bateador, piel blanca, enormes bigotes, franela roja, era el número 83.

    Dos lanzamientos. El primero se estrelló contra la tierra antes de alcanzar el home plate y levantó una pequeña nube de polvo. El segundo fue directo a la cabeza de su rival, que cayó fulminado. Armando solo atinó a llevarse las manos a la nuca, lamentándose.

    Luego de repasar la pesadilla, fue a sentarse un rato en el sillón de la sala. Miró el reloj de pared y vio que eran las 3:30 am. Encendió y apagó el televisor. Antes de regresar a su habitación se cercioró de que el boleto del vuelo a Holguín continuaba encima de la mesa.

    Entonces recordó algo más:

    Cojones, qué es esto: 92 es avión y 83 es tragedia –se dijo en voz alta.

    *Nota: Una de las irregularidades más frecuente en Cubana de Aviación es la sobreventa de boletos de vuelo, y en particular de los llamados “fallos”. “Es una práctica común”, confirma una inspectora del Ministerio de Transporte que pidió no revelar su identidad. Los pasajes son vendidos con meses de antelación a la población debido a la escasez de vuelos nacionales y esto provoca un porciento considerable de cancelaciones. En la mayoría de los casos quienes se encuentran en “lista de espera” para los vuelos no se entera de dichos “fallos”, pues funcionarios de Cubana de Aviación venden de manera ilegal esos boletos a precios que rondan los 20 CUC, explica la fuente. De ahí que en varios reportes de prensa algunas personas que estaban en el aeropuerto en el momento del accidente del Boeing 737-200 hayan aseverado que el vuelo no tuvo “fallos” y que nadie en “lista de espera” abordó el avión siniestrado.

    Un miembro del departamento comercial de Cubana de Aviación dice sobre la venta de pasajes aéreos por la izquierda: “Esa es la mínima de las barbaridades que se cometen”. Y agrega: “En el mundo se les permite a las aerolíneas revender entre 10 y 25 por ciento de los vuelos, dependiendo de las leyes de cada región, porque hay muchas cancelaciones y las aerolíneas pierden mucho dinero, pero a la larga eso es motivo de quejas y parones en los aeropuertos”.

    Armando Fuentes no llegó a tiempo a la terminal aérea para viajar a Holguín. Al respecto, la web de Cubana de Aviación aclara: “Su reservación de asiento está garantizada hasta el momento en que se haga el cierre del vuelo. Vuelos internacionales 40 minutos/Vuelos domésticos 50 minutos”. Es probable que su asiento se haya vendido por fuera de la “lista de espera”.

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    Abraham Jiménez Enoa
    Abraham Jiménez Enoa
    El fútbol le produce más orgasmos que las mujeres. Le teme a la muerte. Se estrelló en bicicleta contra un contén, en moto contra un Lada y en el Lada de su padre contra un Volga. Nunca le pasó nada, ni un arañazo, a sus amigos sí. Es adicto a la cerveza.

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